¿Hartos de llevar a los niños a mil clases extraescolares y no tener un ratito para vosotros? ¿Qué pasaría si, al menos un día a la semana, fuera el niño quien os llevara a vosotros a vuestra clase y pudierais por fin retomar el inglés o dedicar una horita al gimnasio, por ejemplo? Escribo este post para lanzar un llamamiento a los organizadores de actividades para niños, extraescolares incluídas o, mejor dicho, especialmente extraescolares para que se animen a ofrecer propuestas para padres e hijos. He dicho.
Cuando tenía más o menos 9 años, mi padre me apuntó a la Escuela Municipal de Música de mi ciudad y, dado que mi hermana estaba a esa hora en otra clase (ergo mi madre, tradicionalmente dedicada al duro trabajo de llevarnos y traernos de extraescolares , no podía ocuparse de ello) mi padre decidió apuntarse él también y aprender música juntos, algo que a el siempre le ha gustado y había logrado ya, desde hacía años, contagiarme a fuerza de escuchar discos e imaginar historias inspirándonos en la música, especialmente clásica, que le fascinaba.
Recuerdo una conversación con él escuchando «Sinfonía del Nuevo Mundo» de Dvorak en la que me preguntaba qué imaginaba. Sabiendo el título, no me quedaba duda de que se trataba de la consquista de las Américas. A él le inspiraba la conquista del espacio. Yo argumentaba que algunos sonidos eran el canto de los pájaros, él el tililar de las estrellas. Nunca se me olvidará lo bien que lo pasamos intentando poner voz a cada instrumento, cada uno en su historia. Hoy, cada vez que escucho la misma sinfonía, imagino al hombre en la luna. Creo que ganó él.
Pero a lo que vamos: desde los 9 hasta los 15 o 16 años, fui a clase de solfeo con mi padre. Íbamos juntos, estudiábamos juntos, el profesor (de los de antes) nos regañaba a uno y otro indistintamente como dos alumnos más cuando no habíamos estudiando lo suficiente. Las charlas del camino a clase en pleno invierno, con mi mano metida en su bolsillo para combatir el frío, son algunas de las mejores conversaciones que hemos tenido. De aquellas clases de solfeo me llevé, además de una nueva versión de mi padre, otros tantos amigos que tenían, sin exagerar, 65 años más que yo. No se me olvidará cómo trabajaba Juanito de La Taurina (con más de 75 años entonces) con su solfeo. Era incansable. Su pasión lo superaba todo. Lo pasábamos bien, muy bien y de cada adulto aprendí muchas cosas que han calado en mí y forman parte de mi manera de ser y ver la vida.
Este año, sin pensarlo ni pretenderlo, estoy haciendo algo parecido con mi hija a través de esas mismas Escuelas Municipales. A principio de curso a ella le dieron plaza en la Escuela de Danza y a mí en la de Música (retomo el violín después de una década). Pensé que no era mala excusa que yo «aprovechara el rato» de la clase de mi peque haciendo algo que me gustara, en lugar de salir corriendo a por la compra u otros recados. «Un rato para mí», pensaba. Pero ha acabado siendo un rato para las dos.
Al mes de empezar Danza, la niña me dijo que no quería volver. Yo ya estaba enganchada a mi violín así que acordamos que ella vendría conmigo. Sin siquiera preguntar a la profe, no me dio tiempo a llamarla la semana anterior, allí aparecí con la niña que desde entonces sale un rato antes del cole para poder acompañarme a clase… y va emocionada. Gracias, Paula, por aceptarnos a las dos y por hacerle sentir que aporta, que nunca molesta. No lo habría hecho cualquier profesor. Eso lo tengo claro.
Está «aprendiendo» música a fuerza de oírla, me ayuda a estudiar en casa, me da las entradas con su piano de juguete y me recuerda los apuntes que me dio la profe (curioso que los recuerde mejor que yo) y, aunque no me ve dedicarlo tantas horas como debería, espero estar enseñándole cosas que se lleve para siempre (de momento yo sí las estoy aprendiendo):
- Que mamá no lo sabe todo, pero quiere aprender muchas cosas. Y querer es poder.
- Que nunca es tarde para volver a clase y que no pasa nada por cambiar de idea y retomar algo que ya habías decidido abandonar. Nada es irreversible.
- Que lo importante es disfrutar de lo que haces. Y sé que me ve pasarlo bien.
- Que si no estudias, si no te sale y tienes que volver una y otra vez sobre lo mismo, no pasa nada. Lo importante es ser sincera y «apechugar». Si esta semana no he practicado, la profesora lo sabe igual que la niña y que yo desde el minuto cero porque soy yo quien se lo cuenta (eso si no se me adelanta la peque).
- Que hay que insistir e insistir muchas veces hasta que salen algunas cosas. La audición de Navidad fue una verdadera lección para ella y para mí porque la profe me dio una pieza que me salía fatal. Después de estudiar lo que pude, logré que sonara medianamente bien. Ver desde el escenario los gestos de mi niña tratando de infundirme calma fue maravilloso. No he visto nunca a mi hija tan orgullosa de mi como cuando terminé de tocar la Humoresque de Dvorak (de nuevo Dvorak) delante de toda aquella gente. Fue muy bonito.
Espero que esta experiencia me siga aportando tanto como hasta ahora y que cada vez sean más los profesores que admitan la presencia de hijos en las clases de los mayores y aún más los que organicen clases conjuntas, abiertas a todas las edades como las que yo compartía con mi padre. Pero que lo hagan no para que los padres sigan enseñando a los niños en casa, sino para que ambos aprendan juntos, cada uno a su ritmo. Son momentos que quedan para siempre en el recuerdo de ambos, es una nueva arista de la relación. Es una experiencia increíble, de verdad. Probadlo si podéis porque merece la pena.
Yo de momento, ni me planteo dejarlo. Si lo hiciera, mi hija estaría una semana sin hablarme 😉
Me parece una propuesta estupenda! Es la forma perfecta de que los niños aprendan de forma divertida y que los padres también lo disfruten. Además, puede reforzar la relación padre e hijo