Llevo con este post en «borradores» desde hace muchos meses. Me parecía demasiado personal para publicarlo, la verdad y lo escribí en un vómito de sinceridad con mucha rabia dentro… con esa sensación de no llegar a todo y de estar haciendo todo mal (¿os ha pasado?) refleja una realidad que vivo a veces. No siempre, no todos los días, pero sí temporadas y muchos, muchos momentos puntuales.
Hoy, a las puertas del Día de la Mujer, quiero compartirlo porque no quiero que las niñas del futuro se sientan así. No quiero que sueñen con poder llegar adonde quieran y luego darse cuenta de que no es posible, de que la vida les frena y la sociedad, además, les pone la zancadilla. No quiero que mi hija se sienta decepcionada consigo misma con la dureza con la que nosotras lo sentimos. Os comparto un día de una emprendedora por obligación al principio, por devoción poco después. Es un día mío, pero podría ser el de cualquiera. Creedme, hablo con muchas cada día.
Hace un tiempo que leía en una entrevista a Patricia Araque, promotora de Ellas 2.0 y de Slow StartUps, un consejo a las madres que están pensando en emprender: «si tienes un trabajo estable, no lo dejes». No puedo estar más de acuerdo. Emprender te da mucho, pero… ¿alguna vez os han contado lo que te quita? o aún más, ¿lo que quita a vuestros hijos?
Emprender siendo madre no es fácil. La culpa. La terrible culpa, la odiada culpa, la temida culpa… te acompañará siempre. Puedes tomarte tu emprendimiento como quieras, slow o fast, pero la culpa te perseguirá. No deja a nadie indiferente. Porque de repente, tus hijos no pueden ser niños normales, serán niños cuyos padres emprenden. Niños que no pueden hablarte mientras estás al teléfono porque mamá es capaz de fulminarlos con solo una mirada si la llamada es de trabajo. Así, sin previo aviso. Os lo garantizo: vuestros hijos conocerán vuestros tonos, vuestros gestos mejor que los propios y sabrán interpretarlos para no llevarse una bronca que no habían visto venir ni de lejos.
Tus hijos te preguntarán cada noche si mamá se puede acostar un poquito con ellos o tiene que irse a trabajar. Te preguntarán qué tal se han portado «los señores de tu trabajo» y escucharán comentarios en casa de un ente abstracto, tu negocio, que les resta un protagonista que les pertenece. «Mamá, ya estás hablando otra vez de Mamá tiene un Plan… es que no paras, oye», me dijo un día mi hija de 3 años. No le faltaba razón. En plena expansión era lo único que se oía en casa. Influye también que tu marido sea tu socio en la vida y en el negocio: cualquier comida se convierte en reunión de trabajo.
Intentas aislar, dejar el teléfono lejos cuando estás con los niños y disfrutarlos pero hay cosas que se quedan contigo: las preocupaciones, los trabajos pendientes y urgentes, las ganas de avanzar más rápido de lo que puedes… y entonces llega la frustración. La frustración. LA FRUSTRACIÓN.
Y el cansancio que te pasa factura. Que te hace perder la paciencia mucho antes de lo que imaginabas, mucho antes de lo que los niños esperan. Entonces les hablas como si fueran adultos. Con dureza. A ellos, a tus niños, a lo que más quieres en el mundo. Como si tuvieran que entender que tu, siempre tu, estás cansada. Y estás tan agotada que no puedes pensar, que no te das cuenta de que son niños. Niños muy pequeños, que solo quieren robarte segundos de plena atención porque eso es lo que saben hacer: estar contigo y disfrutarlo.
Pero tu no, tu los tienes delante y tienes otras mil millones de cosas en la cabeza que no dejan de precipitarse en tu mente, que no dejan de transformarse, de convertirse en más proyectos preciosos que te gustaría que tomaran forma ya, en un segundo, tan rápido como ellos se levantan a darte un beso y decirte: «mamá, estás cansada hoy y no me estás escuchando, ¿verdad?». Palabras que te dejan el corazón hecho añicos.
Y te das cuenta de que les estás enseñando cosas que no quieres que aprendan: a odiar los lunes, a manejar la frustración mal y a duras penas, a llorar de agobio, a no ir al médico cuando estás enferma, a no dormir, a mirar el móvil demasiadas veces… En esos momentos no te das cuenta de que también les estás enseñando cosas que sí quieres que aprendan: que no se llega a todo, pero hay que intentarlo, que hay que insistir, que trabajar por un sueño te da la sensación de tocarlo con los dedos y esa sensación es maravillosa, que no siempre uno puede tenerlo todo bajo control y cuando las cosas se escapan, hay que gestionar el agobio como se puede y seguir adelante porque mañana brillará el sol, porque mañana mamá tendrá un nuevo plan y las cosas seguirán su rumbo…
Y con lo bueno y lo malo, haciendo balance siempre piensas en si todo esto merece la pena. Si emprender es lo que quieres. Si luchar por llegar a fin de mes compensa mientras te pierdes ver crecer a tus hijos, mientras te debates entre acurrucarte a su lado por la noche o levantarte una vez más a seguir «con lo tuyo». Como si ellos no fueran «lo tuyo».
Hay días para todo. Días en que tu empresa lo es todo (en el plano laboral, claro) y días en que solo ves lo que te quita. Hoy es uno de esos días, así que prefiero no pensar. Porque si pienso demasiado me estalla la cabeza y me pregunto si lo que estoy haciendo con mi vida es lo que quiero hacer.
Terapia concluída. Cierro el post y sigo con llamadas. Me irá mejor. Será por cosas que hacer… Mejor no pensar. No pensar, no pensar, no pensar… Mañana saldrá el sol y la sonrisa será lo que me quede de toda esta vida que he ido diseñando, que tanto me quita… y que tanto me da, aunque a veces las lágrimas no me dejen verlo.