Si hablamos de Nunca Jamás, decimos que creemos en las hadas o gritamos ¡kikirikiiiii!, seguro que sabéis de quién estamos hablando, solo con la primera pista: Peter Pan. Puede que la historia del niño que no quería crecer haya sido una de las más versionadas de la historia: libros, cuentos, decenas de películas… Pero hasta este momento, no había tenido el placer de verla representada en un teatro y mucho menos en un musical y digo el placer porque, realmente, ha sido una auténtica delicia poder asistir a esta versión del clásico de J.M. Barrie, realizada por la compañía Theatre Properties, en el Teatro Philips de la Luz de Gran Vía.
Unos decorados magníficos, un vestuario muy cuidado y unos actores muy buenos y con una gran calidad vocal, así como una iluminación extraordinaria, son las características fundamentales que hacen de este musical infantil uno de los mejores que ha pasado este año por la Gran Vía madrileña. Además, la obra respeta fielmente la antológica historia y me alegro de ello porque hay cuentos que se deben representar sin modificaciones, ni adaptaciones y Peter Pan es uno de ellos por su calidad, por su dulzura, por sus aventuras y su fantasía.
Nada más abrir el telón, mis hijas se quedaron fascinadas con el decorado. Una habitación de una típica casa victoriana londinense daba la bienvenida al público y en ella aparecían en camisón y pijama Wendy y sus dos hermanitos, además de sus padres arreglándose con sus mejores galas, para asistir a una fiesta. Nada más ver esta primera escena, pensé: es Peter Pan. A partir de ahí, desde que aparece Peter por los grandes ventanales y Wendy le cose su sombra, todo lo demás nos hizo sumergirnos en un fantástico mundo de hadas, piratas, sirenas, indios y, por supuesto, Niños Perdidos. Dos horas de musical que parecen media porque se pasan volando -hay un intermedio de cinco minutos- y no te dejan casi parpadear. Y lo digo literalmente porque Pilar se echó para adelante para no perder detalle, y no se apoyó en el respaldo de la butaca en ningún momento.
Las niñas alucinaron cuando los niños comenzaron a volar rumbo al país de Nunca Jamás. Una escena deliciosamente montada con el Big Ben difuminado en todo momento.
El escenario que representaba Nunca Jamás era otra maravilla con lianas y verdor por doquier. Los Niños Perdidos estaban caracterizados como todos los actores, es decir, exactamente igual que en el cuento o en la película. La escena del rapto de la princesa india Tigrilla y la de la tribu de los Pieles Rojas tampoco tiene desperdicio, con un juego de música, percusión y acrobacia de los indios que dejaron a todo el público fascinado.
La nota de humor llegó de la mano de los piratas. Garfio y su inseparable y torpe compañero Smith hicieron de las suyas, a bordo de su galeón -tenéis que verlo porque es otro de los escenarios que quitan el hipo en este montaje-.
Pero, para mis hijas, la escena favorita de la obra fue cuando aparecen las sirenas. Y no me extraña porque a mitad de la obra aparecen cinco sirenas, que realizan una actuación de gran belleza musical y ornamental. También les encantó Campanilla. Pilar me preguntó por qué no había aparecido en grande, como en la peli. Y yo le contesté: “porque las hadas son minúsculas, casi imperceptibles a la vista”. De hecho, en el musical, Campa es una lucecilla verde que tintinea como unas campanitas cada vez que aparece en escena.
Los niños tienen su parte de protagonismo y responsabilidad en la historia pues, cuando Campanilla se pone malita y está a punto de morir por tomarse en veneno que Garfio pone a Peter Pan, Peter pide a los niños y sus padres, que se pongan en pie en el Teatro y que griten “¡yo si creo en las hadas!” para que la pequeña Campanilla se recupere. No os podéis imaginar cómo gritaba Pilar y lo contenta que se puso cuando la vio volar. Como ella misma me ha confesado, su personaje favorito del cuento es Campanilla, igual que el mío. De hecho, el cuento dice: “…Cuenta la leyenda que la primera vez que un recién nacido rió, su risa se rompió en mil pedazos y cada trocito se convirtió en un hada… por eso, cada niño tiene su propia hada, que le protege y cada vez que alguien dice no creer en ellas, un hada, en algún lugar del mundo muere…”. Solo por escribir estas palabras, J.M. Barrie ya merece todos mis respetos y mi admiración -os recomiendo la película, Descubriendo Nunca Jamás, que relata la vida del escritor-. El autor cedió los derechos de esta historia al hospital infantil Great Ormond Street de Londres, ayudando así a los más necesitados, algo que también está haciendo la compañía Theatre Properties con las recaudaciones de este musical y que lleva haciendo desde 2002 con sus obras. Nos quitamos el sombrero con esta iniciativa de esta gran compañía teatral. ¿Necesitáis alguna excusa más para ir a ver este genial montaje? De momento, está de gira por España, después de estar en Londres y Méjico, pero volverá a Madrid la primera quincena de septiembre. Estad atentos a nuestra web porque anunciaremos los días y horarios exactos.
Hola María. Me ha encantado el post, peter pan es una de mis historias favoritas. Tendré que esperar a septiembre 🙂