Me enfrento a este post desde la ignorancia y expectación de lo que es la inteligencia emocional, un concepto muy utilizado hoy en día por psicólogos, educadores y periodistas, pero considero que poco cercano para los padres.
Gracias a la ayuda de Julia Romero, psicóloga de Ampsico (www.ampsico.com) especializada en un target infantil-juvenil, he podido llegar a entender qué hay detrás de estas dos palabras.
Tengo la costumbre diaria de llegar a casa y decirle a Elena tres cosas buenas que me pasan en mi trabajito. Ella, a su vez, me contesta con lo mismo, pero en otro escenario, su colegio. De esta manera me entero de lo que le ocurre en clase, consigo establecer un poco de diálogo con ella y compartimos mutuamente nuestros logros. Esta semana he querido ir un poco más allá y hablar de emociones. “Hola Elena, hoy me siento muy feliz porque en mi trabajito mi jefe me ha felicitado”, le dije el viernes por la tarde cuando fui a recogerla al colegio. Su reacción fue muy positiva y me respondió: “Yo estoy feliz porque mami ha venido a buscarme”. Al día siguiente volví a repetir la operación. “Hola Elena, hoy estoy un poco triste y cansada. He dormido mal”, pero en este caso ella no dijo nada. Eso sí, cuando estuvimos jugando al parchís y le comí una ficha, me gritó: “Estoy triste, no quiero perder”. Realmente quería decir que estaba enfadada, pero son emociones que todavía no distingue.
El fin de esta práctica/juego que he establecido en nuestro día a día no es otro que trabajar con ella la inteligencia emocional, o lo que es lo mismo y aquí está la explicación técnica, la capacidad para reconocer emociones y saber cómo manejarlas con un objetivo: que ella por sí misma sea capaz de enfrentar cualquier tipo de situaciones, genere defensas positivas para afrontar el estrés y descubra y potencie sus cualidades positivas. Y así me lo ha explicado la psicóloga Julia Romero, que me pone un ejemplo clarificador. “Pongámonos en el caso de un niño de seis años, Sergio, que ve llorar a su amiga Juana. Si no sabe que lo hace porque está triste, la interacción con ella no será la adecuada y puede que se ría de ella, salga corriendo asustado o siga jugando a sus cosas. Esto provocará un distanciamiento entre ellos o una relación social no adecuada. Sin embargo, si Sergio conoce la emoción de la tristeza y cómo se manifiesta (lo más común y típico es el llanto), sabrá también que una de las formas para hacerle frente es dar un abrazo o preguntarle a esa persona qué le pasa, es decir, se enfrenta de manera positiva a una situación de conflicto y la resuelve.
Además de la práctica que yo estoy empezando a emplear con mi hija, Julia Romero me propone dos actividades más:
1. Coge seis camisetas a las que puedas pintar letras, un rotulador de un color que se vea y escribe en cada una de las emociones básicas (alegría, tristeza, sorpresa, miedo, asco e ira). Juega a ponérsela a tus hijos y a ti y actuad en función de la emoción que estáis vistiendo. En el caso de la sorpresa habrá que poner las cejas levantadas, la boca en forma de O y los hombros levantados; con la ira las cejas se fruncen al igual que la boca, la mirada se tensa, la voz se vuelve agresiva, los pasos firmes… como un teatro. Si no encuentras camisetas, puedes hacerlo con papeles y pegarlo a modo de cartel en tu ropa.
2. Haz un termómetro de emociones que vaya desde el máximo «muy feliz» hasta el mínimo «muy triste» y cuélgalo en la pared del cuarto. Cada día, al finalizarlo o empezarlo, colocaros delante de él y decid en qué punto os encontráis y por qué. De esta manera, le enseñamos a los niños que un estado emocional puede variar a lo largo del día en función de lo que vaya viviendo y empezamos a conocer cuáles son las cosas que les hacen felices. Si suelen decir que están contentos porque hay macarrones para comer, ha visto su peli favorita o ha jugado con sus compañeros en el recreo, te está dando una información privilegiada, además de hacerte partícipe de su propio mundo.
Ayudándoles a expresarse, les estás enseñando a conocerse mejor, a ser más sociables, a tener conciencia de sí mismos, a controlar impulsos, a potenciar sus propias cualidades… Y un dato revelador que no quiero dejar pasar en este post y que refleja la preocupación de padres y de la sociedad en general sobre este tema: según la lista de libros más vendidos en Amazon en el 2015, dos de ellos versan sobre emociones, Emocionario y El monstruo de los colores, por no hablar del éxito de taquilla de la película Inside out.
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Me apunto lo de las tres cosas buenas para cuando Teresa (y en su momento Ismael) sea más mayor… Me parece un ejercicio precioso. Deberíamos hacerlo también entre adultos, que cuando algo se tuerce parece que ya se nos estropea el día entero y deberíamos quedarnos con lo positivo.
PD: Tenemos el club de fans de Inside Out en casa. Me ENCANTA!
Bueno una vez más encantada de leer tus post. A mi me parece tan necesario la enseñanza desde lo emocional como desde lo académico y agradezco tus explicaciones de una forma sencilla y practica que a veces nos complicamos en este tema.
Yo una cosa que hago muchas veces con mi niño mayor, Rodrigo es preguntarle directamente como se siente y que exprese exactamente cómo es para que identifique realmente si está enfadado, triste etc.. Y después le peguntó y qué necesitas? Y muchas veces responde mimos de mamá o papá… Jeje
Ei último año de guardería trabajaron con el cuento del monstruo de los colores.me encanta ese cuento y muy gráfico!!!
Gracias Lidia
Bonito post Lidia.
En clase de Itziar han puesto el termómetro de las emociones, yo he instalado otro en casa 😉
Un beso enorme y otro grande para la psicóloga.