Hay regalos que nunca se olvidan. En mi caso, nuca olvidaré el primer libro que me regalaron cuando era pequeña. Fue ‘El Principito’ y me lo regaló un amigo de mis padres. Lo leí cuando ya era un poco más mayorcita, aunque de corta edad aún, andaba inmersa en las lecturas de mis libros de Barco de Vapor. La experiencia fue buena, una historia diferente, fantástica, aunque no me llamó poderosamente la atención. Muchos años después lo volvería a leer y vería el clásico de Saint Exupery con otros ojos. Unos ojos mucho más analíticos, unos ojos que vieron más allá del cuento, de esa historia del niño explorador de otros planetas, que hicieron de este libro uno de mis favoritos. Una historia entrañable con frases que se clavan en lo más profundo de tu ser. ‘El Principito’ es un libro que va mucho más allá que cualquier otra historia de aventuras porque, en función de quién lo lea, si un niño o un adulto, verá en él cosas muy diferentes.
Por eso, cuando supe que esta obra estaba en el Teatro Infanta Isabel, en una versión adaptada para los más peques, no dudé un momento en llevar a mis niñas a verla, no sin antes leerles una versión en cuento del libro que tenemos en la librería de casa. Cuando llegamos y se abrió el telón, lo primero que apareció fue un hombre y lo primero que les dijo a los más pequeños que estaban entre el público fue algo que resume perfectamente una de las esencias principales de la obra. “¿Sabéis que yo, antes de ser adulto, fui un niño pequeño como vosotros? Aunque no os lo creáis, yo era de este tamaño”, dijo poniendo su mano a la altura de su cintura. Fue entonces cuando comenzó a contar que cuando era pequeño, los adultos no le entendían porque eran muy aburridos. Contó al público que, de pequeño, le encantaba dibujar y le llamó mucho la atención un documental que vio de una boa que se comía un elefante. Entonces dibujó la boa y “¿sabéis lo que me dijeron los adultos que era ese dibujo?”, preguntó al público. Entonces, un par de niños del público gritaron “¡un sombrero!”. Vamos, que ¡no solo mis hijas conocían la historia de Saint Exupery! Luego dibujó el elefante dentro de la boa y los niños gritaron “¡eso sí es un elefante perfecto!” Después, el actor explicó cómo los mayores le habían quitado la idea de dibujar y le habían dicho que se dedicara a estudiar matemáticas y geografía y así había llegado a ser piloto y a viajar por todo el mundo.
A partir de este momento, comienza la historia de El Principito. Enseguida me percaté de la adaptación tan fiel que estábamos presenciando, aunque perfectamente adaptada al lenguaje y la psicología de los más pequeños. Lo que más me llamó la atención fue la estética y el vestuario que eran exactos a las ilustraciones, tan conocidas, que Saint Exupery realizó en su libro. La obra narra, de manera abreviada, las peripecias de El Principito en su periplo por otros planetas y la interacción con las personas que va conociendo. En escena aparecen desde el rey mandón, que no tiene súbditos, hasta el hombre presumido, pasando por el farolero o el geógrafo y, en cada escena, la compañía logra darle el punto infantil y de humor adecuado para captar la atención de los más pequeños. Por ejemplo, cuando El Principito conoce al hombre presumido los peques que estaban entre el público se partían de risa porque éste comentaba todo el rato lo que se quería a sí mismo y lo guapísimo que era. La interacción con el público es constante. De hecho, llegó un momento en el que tuve que decir a Pilar que se callara porque quería hablar todo el rato con los actores y llamar su atención -algunas veces, esto de la interacción con los peques del público, se puede ir de las manos cuando los niños son más pequeños…-.
Tampoco faltan en la obra personajes fundamentales como la rosa, la serpiente o el zorro. La adaptación tiene mucho mérito pues en la obra tan solo aparecen dos actores: El Principito y el piloto, quien se mete en los distintos personajes a los que va conociendo el niño en su viaje, además de una proyección trasera que va ilustrando todas las escenas y otros personajes animados.
Tengo que reconocer que es un montaje muy recomendable y no solo como una obra infantil para que llevéis a vuestros niños al teatro, sino para que disfrutéis con ellos de la función porque, al igual que sucede con el libro, ellos apreciarán una historia tipo cuento que les entretendrá y divertirá, pero vosotros hallaréis en la obra, toda la filosofía intrínseca que también se encuentra en el libro. Las enseñanzas básicas que Saint Exupery nos regaló con su obra: el valor de la amistad que, cuanto más tiempo se dedica a algo o a alguien, más especial será ese algo o alguien para ti, como su preciada rosa; el disfrute de la vida y de las pequeñas cosas como filosofía clave de la vida, como los atardeceres que tanto gustan al protagonista; y, la enseñanza más importante de todas, algo que se nos olvida a diario: la necesidad de ver la vida a través de los ojos de los niños para poder ser feliz: “solo con el corazón se puede ver. Lo esencial es invisible a los ojos”.