Hace unos días se estrenaba en cines una de las grandes apuestas de Paramount para este 2019 en terreno infantil: El Parque Mágico. Una aventura maravillosa que mezcla una historia dura, con enfermedad incluida, con un mundo mágico inesperado. Y digo inesperado porque fue personalmente la historia que cuenta fue, para mí, una sorpresa de principio a fin.
No sabía de qué iba la película. No había podido ir a ver ninguno de los preestrenos para prensa y poco había leído sobre ella, lo cual no es demasiado habitual dado a lo que me dedico. Sin embargo, con este título me relajé y fui «a lo que me echaran», sin pensar demasiado. Paramount siempre es un sello de calidad.
Para mi sorpresa, nos encontramos con una cartelera repleta de películas infantiles: Dumbo, Mía y el León Blanco, Bikes y El Parque Mágico. No está mal para un cine de una ciudad pequeña. Normalmente ya es toda una odisea encontrar dos títulos así que la Semana Santa nos regaló la posibilidad de elegir, que siempre es una suerte.
Nada más ver el cartel, mis hijos lo tuvieron claro: querían ver a esos personajes que parecían tan locos. El oso les llamaba especialmente la atención. Así que allá fuimos…
Esperaba una historia tipo Madagascar porque, a juzgar por la sinopsis de la cartelera del cine, se trataba de un parque que había que salvar. Di por sentado que acabaríamos viendo la historia de un zoo en peligro o algo similar. Y de repente, al poco de empezar… se hizo la magia: la «vida real» y los juegos de una niña y su madre se convertían sorprendentemente en realidad. Dos historias paralelas y sin embargo íntimamente conectadas en las que los protagonistas de una ignoraban la existencia de los otros.
Para mí ese fue el punto clave. La imaginación, de repente, estaba allí, hecha realidad. El mismo impacto que causó en mí esta premisa lo causó en mi hija mayor que salió el cine ideando no solo un parque mágico sino una ciudad entera en la que poner edificios, ríos y cascadas, atracciones (por supuesto) y tiendas fuera de lo común.
Obviamente siendo conscientes de que lo que uno imagina no se convierte en palpable en tiempo real, como en la peli, sí que os diré que el sabor que deja esta película es el de que todo lo que imagines puede convertirse en realidad. ¡Quién sabe! Y que, por supuesto, intentar algo con todas tus fuerzas hace que pueda convertirse también en realidad.
Sin embargo, en medio de toda esta magia, llega también un momento duro: la madre enferma y tiene que irse durante varios meses a recuperarse fuera de casa. La niña se queda «sola» y sin fuerzas para continuar con su historia. Poco a poco, el Parque Mágico inventado con su madre va desapareciendo de su casa y, por ende, también de ese mundo paralelo en el que se encuentra aunque ella no lo sepa.
Interesante este punto de las malas noticias, de la enfermedad, de los reveses de la vida. Si bien es cierto que últimamente veo en las películas infantiles una gran presencia de esa dura realidad; Dumbo es otro de los ejemplos que, lejos de edulcorar la dureza del momento de separación entre madre e hijo aumenta la angustia con la música o la oscuridad de la escena, pero ese es otro tema.
Quizá mis hijos sean aún algo inmaduros para esto (aunque estén dentro del rango de la edad recomendada) porque el momento en el que la madre se va fue especialmente angustioso para ellos: De repente me vi en la butaca rodeada de brazos y sollozos. ¿¿Os pasa también o es que los míos son hipersensibles?? Ando un poco desconcertada.
La manera en la que June, la niña, se encuentra el Parque Mágico no os la voy a contar porque me parece una forma divertida de hacerlo, pero sí os contaré otra observación muy personal: la niña se queda en casa con su padre y, sin embargo, en las escenas siguientes a la salida de la madre de casa la vemos siempre sola en todas las escenas. Al salir del cine, comentando con amigos, me dijeron que efectivamente la figura masculina en este film les parecía que estaba bastante diluida, parecía parte del decorado pero sin ningún peso específico en el rumbo de la historia ni en el ánimo de la protagonista. Las protagonistas sin duda son madre e hija y parece no haber espacio para nadie más.
June se siente responsable de atender a su padre al que parece ver con un hombre incapaz de valerse por sí mismo. Puede ser una forma de autoprotección, una manera de ocupar su mente ahora que el Parque Mágico no la acompaña día a día. Sin embargo, me hubiera parecido una ocasión ideal para poner en valor la paternidad responsable. No sé, quizá fue una impresión mía pero el padre aparece representado de una manera muy, muy secundaria. Una pena.
Cuando llega al Parque Mágico, June encuentra un gran nubarrón que se está comiendo poco a poco cada una de las atracciones. Una interesante representación de la tristeza que, cuando todo se soluciona, sigue teniendo su presencia en forma de nube de colores. «Puede que nunca se vaya», dice June restando importancia al hecho de que exista. Y es verdad: la tristeza es una emoción necesaria. Bonita reflexión que va calando en nuestros hijos. No pasa nada por no conseguir las cosas, por sentirnos mal de vez en cuando. Los sentimientos están ahí para sentirlos. ¡Por supuesto!
Sin duda es una aventura recomendable que os dejará con ganas de poneros a jugar sin descanso.