Los anuncios de turrones en la televisión, los catálogos de juguetes que se amontonan en el buzón, las luces que iluminan hasta la calle más oscura de la ciudad… Todo esto nos avisa de que la Navidad se aproxima, pero desde hace un par de años hay otro síntoma que nos alerta de que este periodo tan especial está cerca: el espectáculo del Teatro Circo Price, un clásico e imprescindible en la agenda de acontecimientos para estas fechas.
La Navidad es la época por excelencia para ir al teatro con la familia. La oferta es cuantiosa y de gran calidad. Recomendaros desde aquí un espectáculo por encima de otro es injusto para los no elegidos, pero en nuestra casa ponemos siempre el ojo en la programación navideña del Teatro Circo Price porque no suele defraudarnos y, en este caso o mejor dicho año, tampoco lo ha hecho. Circo de toda la vida, pero con un toque de modernidad en la puesta en escena, ambientada en una gigantesca juguetería custodiada por dos cascanueces, en la iluminicación, con luces de todos los colores, y en un vestuario de una belleza sorprendente.
El espectáculo parte en la noche de Navidad, cuando una familia se reúne para celebrar este importante día y abrir los regalos, pero hay un contratiempo: el más joven del clan no recibe nada. El benjamín de la casa espera a que todos se vayan a dormir para iniciar un viaje al Polo Norte.
Como en cualquier espectáculo de circo que se precie, los trapecistas, funambulistas y acróbatas son los más aplaudidos por niños y mayores -aunque nosotros estemos en un sinvivir hasta que ponen los pies en tierra firme- y es que ver a un señor montado en su bici en lo más alto del recinto y sin protección abajo es impresionante. Por no hablar de los «seis hombres bala» que se lanzan desde un columpio hacia el otro extremo de la pista, haciendo piruetas en el cielo para terminar cayendo sobre una tela que sujetan fuertemente dos de sus compis, o los dos bailarines que flotan, bailan, corren y giran suspendidos en el aire. Estos momentos son, como me suele gustar decir a mí, para quitarse el sombrero, pero particularmente mi favorito es cuando aparece en escena una increíble bola de cristal de nieve con una bailarina contorsiando su cuerpo mientras una semi-hada nos deleita con su vozarrón. ¡Wuau!
La gran novedad: los osos polares animatrónicos
Un punto importante, porque en los grupos de madres en los que estoy metida lo preguntan y en la propia web del Teatro Circo Price he leído varios comentarios al respecto, es el hecho de que no se utilizan animales vivos. En su lugar nos encontramos con un actor que, embullido en un disfraz, da vida a una alocada y disparatada gallina, o se emplean marionetas móviles para recrear a un grupo de pingüinos muy bailones -¿qué tendrán estas aves marinas no voladoras que siempre gustan a los niños? Y la gran novedad, los osos polares animatrónicos, que se presentan por primera vez en Madrid. Para crear estos animales artificiales con apariencia externa y gracia de movimientos ha sido necesario el estudio de varias áreas artísticas y técnicas de construcción, como la escultura, la robótica o la fabricación de pelo. El resultado es sorprendente.
Y no quiero terminar esta crónica sin hablar del papel tan destacado que juega la orquesta en todo el show, siendo hilo conductor de los diferentes números que a lo largo de 120 minutos (con descanso incluido) se suceden sin parar en la pista principal del Teato Circo Price.
¡Feliz Navidad! ¡Y que lo disfrutéis tanto como nosotros!
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