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Recuperando tradiciones con los peques
De la primera tutoría que tuve en la guardería con la profesora de Elena siempre se me quedará grabada la siguiente frase: “Es muy importante que vuestros hijos os vean leer, pero también que os vean escribir”. Una verdad como un templo de grande si tenemos en cuenta que con la llegada de las tabletas, los teléfonos móviles o las consolas portátiles, los niños se han acostumbrado a que con un simple desliz de dedo índice todo a su alrededor cambia automáticamente y nosotros no utilizamos el lápiz para casi nada.
Sin querer entrar en un debate de las cosas buenas y no tan buenas que las nuevas tecnologías han traído a la sociedad y al ser humano, me gustaría romper una lanza a favor de la recuperación de las viejas tradiciones que, por el ritmo de vida que tenemos, por pereza o vaguería o simplemente por falta de memoria, hemos dejado olvidadas en un rincón de nuestra cabeza, como es el hecho de enviar cartas. ¿Una carta? Sí, esa hoja donde contábamos nuestras anécdotas a esa amiga del pueblo que no veíamos en todo el invierno y colocábamos cuidadosamente en un sobre bien precintado para que nadie pudiera abrirla. Todo un proceso creativo de alto nivel que no terminaba hasta que la depositábamos en el buzón, esa especie de bolardo amarillo que servía en lugar ideal para escondernos de vuelta a casa del colegio. ¡Qué tiempos aquellos! Algo que para nosotros encierra ciertos tintes de nostalgia, pero que para mi hija Elena se ha convertido en todo un acontecimiento en su vida y en la mejor manera de pasar las tardes de invierno.
Todo empezó estas Navidades cuando a sus tías Maite y Juani se les ocurrió mandarla un Christmas. En ese momento, Elena comprendió para qué servía el buzón que hay nada más entrar en el portal de su casa; sí, ese rincón donde, hasta la fecha, solo llegaban cosas del banco o papeles de comida china. También entendió que hay un señor llamado cartero que se encargó de entregarnos ese Christmas que sus tías la habían escrito con tanto amor y cariño, y descubrió que hay una forma de comunicarse con el resto de personas y que no se llama móvil.
Pero todavía quedaban más dudas por resolver. ¿Cómo era posible que esa misiva llegará a su destino? ¿Qué había que hacer? Su padre y yo le explicamos que lo que pone o pinta en un papel hay que introducirlo en un sobre, donde a su vez hay que pegarle un sello para después… ¡tachán, tachán tachán! echarlo en el buzón. Y así es como, con motivo del cumpleaños de una de sus tías, fuimos a comprar la felicitación a la papelería, al estanco (por cierto, me impresionó ver que los sellos de ahora son como stickers y no hace falta recurrir al método de ponerles un poco de saliva… ¡Si que hacía yo tiempo que no mandaba una carta!) y, por último, a depositarla en el bloque amarillo que hay en la plaza del barrio.
Desde entonces, cuando se aburre, se cansa de ver la tele o quiero que su hermana de dos años la deje en paz, Elena se encierra en su habitación y escribe cartas a todos sus amigos del cole, sin sello ni sobre, porque quiere dárselas ella misma al día siguiente. Aunque ya ha preguntado quién cumple años en la familia próximamente para prepararle otra felicitación como la de su tía Juani.
Me encanta, un post precioso!!
A mi peque tb le fascina! En el cole han hecho la actividad esta Navidad. Cada niño debía llevar su dirección escrita en un papel. En clase hicieron una felicitación y a los pocos días se fueron de excursión al estanco y les regalaron un sobre y un sello. Allí les explicaron todo sobre las cartas. Al volver al cole, copiaron la dirección en el sobre, metieron la felicitación, pegaron el sello y volvieron a salir de excursión al buzón. A los pocos días llegó la carta y no se me olvidará la cara de alucine que tenía la pobre… Gritaba como loca: «Es verdad que llega a casa!!!»… ¡fue maravilloso!
Claro que también alucina cuando recibe un audio de su tía por whatsapp… la comunicación es fascinante en todas sus formas 😉