Qué deprisa está creciendo mi princesa. El viernes pasado cumplió ya 6 añitos y aunque la llegada del cumple la afrontamos con total naturalidad, casi sin darnos cuenta, están siendo los días siguientes los que me están golpeando fuerte. Seis años. SEIS AÑOS… Me parece increíble.
Como cuando facebook te recuerda que llevas 9 años siendo amigo de alguien y tu piensas: «¿Pero llevo 9 años con Facebook?, ¿en serio?». El tiempo corre, vuela… y las palabras de los mayores que te sonaban a frase hecha y exageración, esas que dicen lo de «con niños uno se da más cuenta» son total, completa y radicalmente ciertas.
Hace seis años que llegaba a mis brazos una de las personas que más quiero y querré nunca. La persona que, sin duda, más ha cambiado mi vida, la que más me ha cambiado. La persona junto a la que he aprendido a ser madre. La personita de la que he aprendido a ser madre, porque ha sido ella quien ha marcado cada paso.
La persona con la que más veces me he equivocado y que todas ellas me ha perdonado sin rencores… Recuerdo la primera vez que le eché suero por la nariz para despejarla de moquetes siguiendo las instrucciones de la enfermera, enfrentándome a ello como si fuera una operación a corazón abierto, pobre niña mía, lo que ha tenido que aguantar… ¿Será siempre así? ¿Me perdonará siempre los ensayos, los pasos en falso cuando se dé cuenta de que mamá no lo sabe todo? Ojalá sí…
A los pocos días de nacer le escribí estas palabras que siguen siendo completamente actuales:
«Mi madre y tantas otras madres me habían hablado del sentimiento arrollador que embarga a la nueva mamá la primera vez que ve a su bebé. Enamoramiento, felicidad, AMOR en mayúsculas…
Tras un embarazo algo complicado y un parto no exento de dificultades 7 semanas antes de lo previsto, mi niña, Isabel, ha demostrado ser la criatura más fuerte, valiente y luchadora que he conocido. Ella solita ha hecho ya lo que muchos adultos no sabemos hacer en momentos difíciles: apostar por la vida. Y ha ganado.
Ojalá conserve siempre esa fortaleza».
Parece que han pasado siglos desde que escribí esto y a la vez parece que fue ayer. Hoy añado unas palabras más para mi princesa:
Han pasado 6 años desde que nos conocimos (bueno, algo más, porque tu y yo nos conocimos mucho antes) y no solo sigues siendo así de fuerte, ahora además, sabes disfrutar cada segundo.
El viernes celebramos un cumpleaños feliz, de los de antes: en casa con la familia materna y paterna rodeándonos, abrazándonos con su presencia. Con abuelos, tíos, primos y amigos más cercanos cantando un cumpleaños feliz mil veces ensayado. Un día que te tuvo, mi niña, media noche sin dormir porque por fin había llegado el gran momento. Por fin habíamos tachado todos los días del calendario que faltaban hasta tu deseado 18 de agosto.
Y lo disfrutaste como solo los sabios (y los niños) saben: saboreando cada segundo, «cuidando a tus invitados», como decías tu, con una gran sonrisa. Carpe diem. No hay mejor enseñanza que esa y doy fe de que la pusiste en práctica en tu día.
Ahora vives las consecuencias de tu cumple: ahora tienes 6 años, eres una mayor, has estrenado la segunda mano y en pocos días comienzas primero de primaria. No puedes esperar para comerte el mundo. No te das cuenta de que llevas más de 6 años comiéndotelo a bocados con unas ganas que solo da la ilusión. Qué maravilla de ilusión. Cómo me gusta que hacer planes y ponerlos en práctica te emocione tanto y te haga tan feliz. Ojalá nunca pierdas esas ganas locas de aprenderlo todo, de saberlo todo y de disfrutarlo todo.
Cada día nos enseñas más cosas y eso, mi vida, no podré agradecértelo nunca lo suficiente. Seis años disfrutando del mayor lujo de nuestra vida: tenerte a nuestro lado.
Dicen que los bebés eligen a los padres. He leído algún artículo sin ninguna base científica que titula exactamente así sin ningún pudor y aunque me hace sonreír incrédula, me encantaría creerlo. A veces decido que me lo creo, al menos durante un rato.
Algunas veces tengo la certeza de que era ese bebé, mi hija, quien estaba esperándonos, quien tenía que hacernos padres, quien tenía que enseñarnos tantas cosas: a luchar, a disfrutar de cada segundo, a no dar nada por sentado, a no perder la fuerza ni la fe…
Era ella quien tenía que convertirnos en una familia de tres, la única que podía ocupar su papel en nuestra ahora familia de 4, quien tenía que transformarnos a nosotros, a sus padres, en lo que hoy somos que os garantizo que poco tiene que ver con lo que éramos antes.
Es increíble cómo el ser madre te cambia tanto, te hace sentir tan fuera del mundo, tan ajena a todo, pero a la vez tan cerca de lo esencial, tan conocedora de la única verdad indiscutible: ellos, solo ellos, los hijos, son lo importante. Si ellos están bien, el resto no importa. Bueno, sí importa, importa en la medida en la que les puede afectar. Ellos son la esencia.
Con un fin de semana tan intenso y tan bonito como el que hemos vivido, es imposible no empezar la semana con fuerza, con ganas y con la misma ilusión que transmite mi hija en cada nuevo proyecto. Espero incorporar también esto a mi día a día: la ilusión.