Los sábados en mi casa siempre son un poco rutinarios: desayuno, compra, preparación de comidas para la semana… Pero creo que este último ha roto los moldes y, a pesar de sus cortas edades, Elena (6 años) y Ana (2 años y 8 meses) lo van recordar casi casi casi como el mejor sábado de sus vidas. ¿El motivo? La inesperada visita de Papá Noel.
Ana se depertó el sábado insistente: quería pegar en la puerta de casa unas pegatinas de Peppa Pig para que Papá Noel las viese y pasase por casa. Estaba tan convencida de que su plan funcionaría que al final su padre y yo la dejamos…. ¡total era una puerta y las stickers eran fáciles de quitar!
Mientras ella y su hermana pasaban la mañana jugando con sus pin y pon, pintando a sus súper heroínas favoritas, entre las que se encuentran Wonder Woman y Starfire, y haciéndose fotos con el móvil de una servidora, papá y mamá se dedicaban a sus quehaceres de fin de semana y a preparar la merienda-cena para los amigos que esa tarde vendrían a visitarnos.
Olivia, Rubén Junior, Adriana y Savannah llegaron a casa y, junto con Elena y Ana, se pasaron un buen rato quitándose y poniéndose disfraces y planificando cómo sería su «show» para los mayores: pastores, princesas de Disney, personajes de cuentos clásicos iban a protagonizar su nueva obra de teatro, amenizada, como no podía ser de otra manera, por villancicos como All I want for Christmas is you o Jingle Bell Rock…
Pero… ¡Un ruido! ¿Qué pasa? Desde el final del pasillo vimos una sombra… Alguien había entrado en el piso. Los mayores nos asustamos y los niños se quedaron mudos, pero todos estábamos atónitos, perplejos, sin palabras: ¡Papá Noel había llegado a nuestra casa! Llegaba desorientado, saludando con su característico Ho, ho ho y sin saco. No traía el bebé llorón que Elena y Ana habían pedido, ni el Monstertruck de Rubén, ni las Enchantimals que quería Olivia, tampoco el carrito de bebé de Savannah o la Nancy de Adriana, pero llevaba consigo las cartas que los seis niños habían escrito con sus peticiones y, a su vez, una misión para cada uno de ellos.
Olivia tenía que poner más atención a las clases del inglés, Rubén iba a continuar haciendo las mejores fichas de su clase, Adriana intentaría no ser tan exigente consigo misma, Savannah se comprometía a dejar el mismo 25 de de diciembre el chupete, Elena trataría de ser menos lenta o más rápida, según se vea comiendo, y Ana -llorando porque un hombre tan grande estuviera en su casa- al menos durante unos minutos no se chupó el dedo… Todos decidieron que harían caso a Papá Noel y cumplirían con el propósito mandado…
Y según vino, Papá Noel se fue por el pasillo de la casa. «Han sido las pegatinas, chicos, tenéis que ponerlas en vuestras casas», repetía constantemente Elena, mientras Adriana daba saltos de emoción de un lado a otro y los demás estaban todavía asimilando lo ocurrido. Solo cuando se dieron «un poco» de cuenta de qué había pasado, recorrieron todas las habitaciones de la casa, subieron persianas y abrieron armarios para ver si estaba Papá Noel… Pero se había ido…
Dice Elena que no se lo va a contar a nadie, porque la tomarían de loca. ¡Qué viva la locura!