Hoy me he topado con un video en internet que me ha hecho recordar una situación personal muy hermosa. Es un video publicado en 2016 en youtube en el que los profesores le dicen a un alumno que son una de las principales razones por las que van contentos a trabajar cada día. ¿Alguna vez os habéis sentido así de especiales? Yo tengo la suerte de poder decir que sí y no una sino varias veces y es lo mejor que me han enseñado mis profesores: a valorar a las personas por lo que son.
Cuando terminé tercero de EGB, tercero de Primaria, mi profesora desde primero, Amparo, me llamó a su nueva clase. Con mucha vergüenza porque me sacaron de mi clase «de mayores» sin saber muy bien para qué, me puso delante de los niños de su clase y dijo: «Esta niña me ha enseñado que siempre hay que sonreír, desde por la mañana, porque te hace sentir mejor «. Fue la primera vez que alguien hizo referencia a mi sonrisa. A lo largo de los años muchas personas me han dicho que verme sonreír tranquila incluso en situaciones de tensión les ayudaba. Puede que ella aumentara mi capacidad para sonreír siempre ante cualquier situación después de aquello, quién sabe…
Yo me puse como un tomate, obviamente sin entender muy bien si era cierto que yo había podido enseñar algo a mi profesora. Los niños se fueron al recreo y nos quedamos solas. Entonces sacó del cajón de su mesa un regalo: un libro de Barco de Vapor (Jeruso quiere ser gente) y una medalla de la patrona de mi ciudad.
Con mucho cariño me lo puso en las manos y me dijo algo así como que había sido una alumna genial, que estaba muy contenta de haberme conocido y que cada día conmigo había sido especial. De esto último sí me acuerdo con palabras textuales, igual que recuerdo la sensación que me provocó en el pecho, de orgullo, de cariño infinito.
Me dejó claro que esperaba que con el libro siguiera disfrutando tanto de la lectura y que esperaba que la Virgen me cuidara siempre esas ganas de aprender. No me olvidaré nunca de ese momento. Tengo esa medalla delante de mí ahora mismo (y el libro no anda muy lejos). Nunca me he separado de ella. Me recuerda que siempre hay que aprender cosas nuevas y que lo importante es hacerlo con pasión, como cuando era niña. Aquella profesora fue y sigue siendo un referente de cómo hacer bien las cosas, cómo tratar bien a los demás.
Me consta que no fui la única a la que llamó a su clase entonces y de cada uno decía qué había aprendido. Una lección que nos duró para siempre. En mi clase de entonces siempre nos supimos únicos y en parte Amparo, mi profe, «tuvo la culpa».
Hace unos días me la encontré por la calle. Hacía muchos años que no la veía. Estará ya cerca de los 80 años, quizá los supere. Yo iba con mi hija y me eché a sus brazos emocionadísima. Mi hija alucinaba, por supuesto. Le expliqué que gracias a esa profesora yo podía enseñarla todo lo que ella está aprendiendo ahora, le dije delante de ella que me había enseñado a ser amable, a cuidar a mis compañeros, a ayudar a quien lo necesitara y que sin ella no sería lo que soy hoy. También ella se emocionó como yo hace 25 años en aquella clase. «Bueno, también te enseñé a leer , a escribir, a sumar…!», me dijo abrazándome fuerte fuerte. Ambas sabemos que eso no es lo más importante.
Su mirada, sus palabras volvieron a hacerme sentir muy especial, como cada vez que te pedía leer en clase, salir a la pizarra… siempre fue capaz de hacernos sentir únicos.
Desde luego que a cambio, siempre he hecho esfuerzos por conocer a mis profesores, especialmente aquellos que te responden con el mismo interés. Hace poco hablaba con mi ex-profe de violín y me contaba lo difícil que es a ciertas edades dar clase «como si nada» cuando ves que lo que necesita el niño es hablar, desahogarse. Es un profesor maravilloso. Otro de los que merece un post aparte.
¿Cómo tratan nuestros hijos a sus maestros?
De todo esto me surge una reflexión:
A veces decimos que los maestros no conocen a nuestros hijos, ¿pero les enseñamos a los niños a tratar a los profesores como a personas? Me acuerdo de que mi madre siempre nos preguntaba a mi hermana y a mí cómo estaban nuestras maestras. Sobre todo en la etapa del colegio, claro. Y el hecho de saber que mamá iba a preguntar hacia que cada mañana, en algún momento, les preguntáramos directamente qué tal estaban, cómo habían dormido, si estaban cansadas…
Ahora que me paro a pensarlo, aquello de preguntar incluso nos lo decía con el bedel, Luis. Así que yo, cada día al entrar, me paraba a preguntarle: «¿Cómo estás, Luis?», el me daba un cachetillo en el moflete y me respondía: «anda, a clase» haciéndose el molesto porque paraba al resto de los niños que entraban al cole. Se convirtió en nuestro juego, nuestro saludo y nunca dejé de hacerlo en los 10 años que pasé en el cole. ¡Nunca respondió si bien o mal!
No sé si mi madre lo hacía conscientemente, posiblemente lo hacía como parte de la típica batería de preguntas para saber más del día, para animarnos a contarle, sin embargo el mensaje que a mi siempre me dejó fue que es importante estar pendiente del otro y por supuesto ayudar si lo necesita.
Sonreír a los profesores, preguntarles cómo están, darles las gracias… son cosas que también tenemos que enseñar a nuestros hijos. No son solo los profesores quienes deben conocer a los niños, saber qué se cuece en sus casas para entender ciertos comportamientos, sino que la relación debe ser bidireccional. Eso hoy, al ver este video, me he dado cuenta de que no se lo estoy enseñando como debería a mi hija.
Un buen momento para cambiar las cosas, ¿verdad?
Y tú, ¿enseñas a tus hijos a tratar a los demás (también sus profes) como personas únicas y especiales?
Os dejo el video que ha provocado este post y os animo a comentarnos: ¿alguna vez un profe os ha hecho sentir así de especial? ¡Seguro que sí!