Nunca hemos hablado de porteo en este blog. Tratándose de un blog de maternidad, no es lo más común… pero advertimos: no todo es un camino de rosas en esto de portear. Hoy os cuento la primera de mis experiencias.
Debo confesar que con mi primera hija el porteo fue cuestión de necesidad: tres pisos sin ascensor hacían imposible bajar la silla así que la mochila se convirtió en imprescindible. Por desgracia no tenía demasiada información sobe el tema. Ni siquiera sabía que portear se llamaba así realmente. Lo aprendí más tarde, investigando, tras darme cuenta de que aunque la peque era aún muy peque, no lograba llevarla cómodamente en la mochila. Sabía que algo fallaba y no tenía claro qué. Pronto descubrí que era la mochila la culpable. Tenía una de esas llamadas «colgonas» que hacían que la niña no fuera cómoda y yo tampoco.
Pensándolo bien, a esa experiencia no puedo llamarla porteo realmente… Lo he sabido más tarde, pero lo tengo claro. No podía despistarme porque si la niña echaba la cabeza para atrás, perdía el equilibrio, se le movía la cabeza… nunca conseguí que se durmiera en la mochila. Si sois amantes del porteo entenderéis que la experiencia no era porteo, era simplemente «colgarse al bebé».
No cambié de mochila, la verdad. Para cuando tuve suficiente información, pensé que ya no me compensaba invertir en una mochila. Busqué la silla de tijera más ligera del mercado (entonces, una Silver Cross que aún conservo y funciona maravillosamente) y empezamos a movernos en sillita. Debo decir que la niña era feliz. Creo que perder de vista aquella mochila le hizo estar más contenta con el mundo en general.
Hasta aquí llegó mi primera experiencia con el porteo. Demasiado corta, sin duda. Pero me quedé con la sensación de haberlo vivido a medias porque, aunque es increíblemente práctico poder llevar cerquita al bebé, no logré disfrutarlo.
Sin embargo, con mi segundo peque, tenía claro que quería portearlo. Busqué una mochila de segunda mano -nunca he considerado imprescindible estrenar en este tipo de productos- y me decidí por la Caboo Close gracias a los posts comparativos de algunas webs profesionales como Kangarunga, una web de asesoría y venta de mochilas de porteo que, de repente, se convirtió en mi página de cabecera. Me la recomendaban desde distintos círculos de amigos y siempre contentos tanto con los consejos de sus posts como con la asesoría personalizada así que para mi su palabra era poco menos que palabra sagrada.
En aquella ocasión, los posts publicados en la web fueron suficientes, y su cuestionario online apoyaba mi selección, así que lo tenía claro. Por cierto, genial esto del cuestionario: con unas pocas preguntas sobre el uso que vas a dar a la mochila te sugieren un par de marcas y, al menos desde mi experiencia, ¡aciertan!
Compré finalmente la Caboo Close de segunda mano y el resultado no pudo ser mejor. Pude llevar a mi peque desde el primer momento lo que me permitía ocuparme de mi hija mayor y llevarla de la manita como siempre. Cuando paseábamos, no sé a quién le hacía más ilusión mantener la misma forma de pasear de siempre. Ella me decía «mira, mami, el bebé no necesita que le cojas, se queda ahí el solito» y yo iba tan feliz con mi niña de la mano. Estoy segura de que la mochila ayudó a que la incorporación del hermanito en nuestras vidas fuera una suma (un nuevo miembro) y no una resta (la mano de mamá, el abrazo de mamá…).
Dormir al bebé, sentirlo cerquita, lo fácil que el porteo hizo poder trabajar en las primeras semanas (bienvenidos a la vida del autónomo)… nada era comparable a la sensación de tener las manos libres para mi hija mayor sin renunciar a sentir a mi ladito al más pequeño. Esa sensación fue tan especial que me animó a participar en campañas pro-porteo como Un portabebés para Siria pensando siempre en esas mamás que caminan traspasando fronteras con un bebé en los brazos y sin poder dar la mano a sus hijos mayores. Solo pensarlo me pone los pelos de punta…
Volviendo a Madrid, ya imaginaréis que el peque creció y la Caboo se nos quedó pequeña… pero ahí no acaba nuestra historia con el porteo. Más bien comenzó una nueva: la del «porteo prolongado». Pero os la cuento en otra entrega, si os animáis a leerla.