Del 1 al 7 de agosto se celebra la Semana de la Lactancia Materna… A punto he estado de no llegar a tiempo de escribir este post. ¡Casi se me pasa la semana pensando en el enfoque que quiero dar a lo que os cuento! Ante la duda, me ciño a la sinceridad, a la experiencia clara, llana y transparente, con sus más y sus menos y me dejo llevar en reflexiones. No os hablo de lactancia, sino de dos lactancias, las mías, y lo que las acompañaron que seguramente sean tan diferentes a las vuestras como lo son entre sí.
Me horroriza leer comentarios de madres que defienden a ultranza los extremos: pecho o biberón. Sabéis como yo que de esos comentarios hay muchos, muchísimos, en redes sociales y que a veces la lucha dialéctica se torna un pelín agresiva, más de lo deseable. En todo lo maternal nos sale la vena animal, la pasión, el orgullo de especie, la defensa del ser y de cómo hacemos las cosas. Es natural, a fin de cuentas somos animales y la maternidad nos pone esa característica (que a veces olvidamos en la vida) sobre la mesa.
Sobre la lactancia materna no os puedo aportar mucho nuevo. La Asociación Española de Pediatría ya lo dice todo: es conveniente que los niños lacten hasta los dos años. Después, hasta que ellos quieran. Pero en torno a esta afirmación sencilla, basada en estudios científicos, hay mucha literatura y mucha habladuría.
Mientras daba el pecho a mis hijos algunos comentarios se han repetido mucho. Comentarios que, si te informas bien, resuelves que son radicalmente falsos y, por lo tanto, innecesarios y dañinos. Seguro que os suenan:
- A partir de los 6 meses tu leche no vale, es aguachirri. Mentira: la leche se adapta al bebé, a su edad y a sus necesidades. La leche materna NUNCA será aguachirri. Basta con leer un poco, muy poco, para encontrar muchas fuentes fiables que lo corroboran.
- El bebé te está usando de chupete. No, señora (lo suelen decir las mujeres), el bebé lo que está haciendo es estimular el pecho para que produzca más leche. No come, estimula, que es lo que la naturaleza le pide hacer para conseguir una lactancia efectiva. Esos momentos en los que el bebé puede estar horas y horas entre la vigilia y el sueño succionando, presionando el pecho con sus manos preparándolo para producir más porque, en los los próximos días va a necesitar más energía para crecer como un loco. Puedes darle un chupete, dormirás mejor, pero tu pecho no producirá lo mismo. Es parte del proceso.
- Este niño se queda con hambre. Si acaba de comer y pide más, es que tu leche no vale. No necesariamente. Según con quien habléis, os dirán que la leche de la madre siempre vale y quien dirá que no. No soy médico, no voy a entrar ahí. Está claro que hay mamás que tienen más facilidad para producir (algunas incluso donan a bancos de leche, ¡qué suerte!) que otras, pero si un niño acaba de comer y al poco pide más, puede que sea por hambre, sí, pero también puede que sea por otra cosa.
– Los bebés lloran cuando se sienten solos… y la teta los calma
– Lloran cuando les duele la tripita, algo súper común en los primeros meses… y también la teta los calma.
– Cuando tienen gases, poner en funcionamiento el sistema digestivo comiendo también los ayuda a expulsarlos… así que también aquí la teta los calma
– Cuando se ponen nerviosos (acaban de salir a un mundo desconocido, como para no estar nervioso!)… y la teta los calma porque llegan a lo conocido: mamá.
– Cuando quieren atención porque tanto aprendizaje se les va de las manos… también aquí la teta los calma.
- No produces suficiente leche, dale un biberón. Si no produces suficiente, no le des un biberón. Pero si estás extremadamente cansada… ¡tampoco te flageles! Descansar también ayuda a producir más leche. Si estás exhausta, será difícil.
- Lo de los dos años de lactancia materna se dice por los países subdesarrollados, donde no pueden acceder a buena leche de fórmula. Bueno, no sé… No digo nada, pero me ha sorprendido la cantidad de gente que te dice esto para defender el biberón desde el minuto cero incluso argumentando que es mejor que la leche materna.
Son solo algunas frases que me he encontrado, a veces diariamente y a las que en su momento acabé por no hacer ni caso, aunque reconozco que antes de asentir sin prestar más atención, perdí una energía preciosa en rebatirlas. Por eso, creo que lo mejor es pasar de todo y centrarte en tu peque porque cada experiencia será distinta, seguro.
En mi primera maternidad me costó mucho, muchísimo, instaurar bien la lactancia. Cuando lo conseguí ya habían pasado más de 3 meses y estaba a punto de reincorporarme al trabajo así que tuve que volver a la alimentación mixta casi sin haber tenido lactancia materna exclusiva. El mundo no está precisamente pensado para madres lactantes y el mundo laboral aún menos. Tremenda la huella que dejan esos «detalles» insignificantes para una sociedad que sigue girando cuando tu mundo es un pequeño ser de pocos kilos y eres incapaz de subirte al tren de «la vida normal», un tren que te obliga a mirar a tu bebé de reojo mientras lo que tu quieres es no apartar tu vista de cada uno de sus movimientos.
A lo que voy: Logré instaurar esa lactancia, me costó mucho, siempre digo que casi pierdo la cabeza, pero me siento muy orgullosa de haber luchado por lo que creía mejor para mi hija. Con el tiempo no estoy segura de que mereciera la pena pasarlo tan, tan mal. Como os digo, lo que creía entonces mejor para mi hija era la lecha materna. Lo que creo ahora que habría sido mejor para ella es haber tenido a una mamá más tranquila, más descansada, más feliz. Estar al borde de la depresión postparto (siempre me quedará la duda de si pasé un poco la línea) no es una buena forma de empezar a ser madre. Pero esas son otras reflexiones distintas.
Con mi segundo hijo no podía creerme lo fácil que era todo. Nació, se enganchó al pecho y hasta hoy. Sin mastitis, sin sacaleches, sin dolores. La típica fiebre de los primeros días, nada más. Con la inestimable ayuda de las abuelas (¡qué importante es el apoyo familiar!) que en los primeros meses me acercaban al niño a la oficina para que mamara cuando tenía hambre (sin ellas habríamos tenido los 4 meses de rigor, sin más).
Con la mayor la lactancia duró 18 meses. Con el pequeño superamos los dos años y no parece que quiera olvidarse de tenerme un rato solo para él, aunque está claro que ahora la función de la teta no es alimentar sino simple contacto, exclusividad, búsqueda de atención y amor sin más. Es su manera de reclamarme atención, de jugar un rato y de calmarse cuando algo le supera.
A veces he deseado acabar rápido, incluso no haber empezado. La sensación de que te necesitan tanto siempre presente es maravillosa, pero también oprime y agobia. Mucho. Otras veces me gustaría que esta «conexión» durara para siempre. Aunque debo admitir que, cuando leo sobre esa «conexión» única que da la lactancia, no puedo evitar desconfiar. No me lo creo. Siento si ofendo a alguna mamá, pero creo que esa «conexión» no la da el pecho. Me vienen a la mente relaciones maravillosas de madres e hijos que no han lactado, que han tomado biberón desde el primer día y me queda claro que esa «conexión» no se establece por el contacto boca-pezón, sino por el contacto corazón-corazón. Algo que los peques sienten muy fuerte en sus primeros años y poco a poco se relaja. Así debe ser.
No es el pecho quien nos conecta con los hijos. Es mucho más. Es el amor, el compromiso, el estar siempre ahí. El camino recorrido en el embarazo, en el caso de madres biológicas, el deseo de tener a ese bebé en el caso de madres adoptivas.
No sé, llamadme loca pero creo que, a pesar de todo lo bueno que tiene la lactancia, a la que por supuesto hay que defender, apoyar, promover (incluso con emoticonos, ya que estamos)… creo que a veces se le atribuyen características de la maternidad en general, no de la teta. Y eso es, a todas luces, desproporcionado. Por eso entiendo que las mamás que no han dado el pecho se pongan a la defensiva, porque todo en torno a la lactancia materna parece indicar que eres mejor madre si das teta y, por ende, peor si no lo haces. ¿No os parece?