Por Maribel Gamez, de Carné de Padres.
En mi práctica profesional como psicóloga especializada en infancia y adolescencia, he tenido la suerte de trabajar con muchos niños y familias en diferentes contextos; colegios, guarderías, en el ámbito privado… siempre que alguien lleva en un ámbito profesional trabajando un tiempo, comienza a darse cuenta que hay cosas que se repiten. Empieza a percibir que hay ciertos temas que preocupan a una mayoría de padres y que esta preocupación se repite en el tiempo.
Ayer, después de una sesión con una familia, estuve reflexionando sobre la dificultad de muchas parejas para manejar la frustración de sus hijos y sus rabietas cuando tienen algún problema o malestar en el colegio o en casa.
Un ejemplo son las rabietas que pueden tener algunos niños a la hora de irse a la cama o cuando hay un plan que se les rompe o quieren que les compremos algo y no lo hacemos.
Ser padre/madre no es sencillo, no hay manuales que expliquen qué hacer en cada caso, hay mucha información pululando por ahí, pero no toda es buena y cada niño es diferente y necesita cosas distintas.
La práctica de la crianza tiene sus modas dependiendo de la época. Antes la educación era más estricta, las normas eran más rígidas, dejando en muchos casos el afecto en un segundo plano.
Ahora mismo, y llevo tiempo encontrándome este tema, a los padres y madres les cuesta mucho poner límites, límites con sentido, normas que tengan un fin claro. El objeto de las normas y los límites en un niño tiene que ver con protegerle y ayudarle a que poco a poco vaya adaptándose a un mundo para él desconocido, del que no sabe nada y del que desconoce las reglas. Imaginémonos a un extraterrestre viniendo a nuestro planeta, tendríamos que enseñarle qué cosas están permitidas y cuáles no, y qué es lo que se espera de él viviendo en una determinada sociedad y como consecuencia premiarle o castigarle por ello para que logre adaptarse.
Un niño necesita saber hasta dónde puede llegar y que en la vida le pasaran muchas cosas buenas, pero también algunas “malas” que tendrá que saber manejar para que no le hagan infeliz.
Así que un niño se guía desde que es muy pequeño por sus deseos, por lo que le apetece hacer en cada momento. Es normal que sea así hasta que aprenda a frustrarse y a gestionar las emociones derivadas de esa frustración. Hay que esforzarse por conseguir lo que queremos y hay veces que aunque nos esforcemos mucho no conseguimos nuestros objetivos. Eso es algo que un niño necesita saber, no solo que se lo expliquen, si no que lo viva.
Nos pasa también a los adultos; tenemos un plan de ocio que nos apetece mucho y de repente se rompe, nos peleamos con nuestra pareja, nos despiden del trabajo. Son experiencias, en mayor o menor grado desagradables y dolorosas, aunque por supuesto también totalmente normales en la vida.
A veces no toleramos ese malestar en nuestros hijos y en ocasiones les damos lo que quieren o levantamos un castigo porque les vemos tristes o enfadados. Sin embargo tenemos que recordar que el hogar es un lugar donde se aprenden un montón de cosas que más adelante pondrán en marcha, en el colegio, con el grupo de amigos y con la novia o novio.
Si no les ayudamos a entender que frustrarse es parte de la vida y ayudarles a que entiendan que en muchas ocasiones no pueden guiarse solo por sus deseos, eso probablemente les afecte el resto de su vida, teniendo que aprender a frustrarse cuando uno es adulto, de manera más dolorosa y por personas que no tienen por qué tener tanta paciencia como un padre o una madre.
Maribel Gámez Cruz
Psicóloga infanto-juvenil
www.carnetdepadres.es
1 thoughts on “La necesidad de saber frustrarse”