¡Como caído del cielo! Esta semana ha llegado a casa un libro que describe qué pasa por la cabeza de una madre después de que cada día, al acabar la jornada, tenga la sensación de que no ha hecho nada, o mejor dicho, no ha disfrutado con nada de lo que ha hecho y menos de sus dos preciosas hijas. Te hablo de Mamá al galope, un cuento de la editorial Flamboyant, con el que te sentirás muy identificada. ¿No crees que esta sociedad en la que vivimos impone un ritmo demasiado estresante al ser humano? Y si esa persona es madre… ¡apaga y vámonos! Desde que suena el despertador a eso de las 7 de la mañana todo es un non-stop. Desayunar, preparar la mochila, hacer las trenzas a las niñas, dejarlas en el cole, cruzar los dedos para que el metro/tren no se estropee, aterrizar en el trabajo…
Bueno, aquí al menos tienes unas horas de cierta «relajación», si no te llaman de la guardería o del colegio para comunicarte que una de tus hijas está mala y que tienes que ir a buscarla. Pongámonos en el mejor de los casos: todo ha ido bien, pero según sales del trabajo, ¡otra vez a la carrera!: las extraescolares, la revisión del dentista, las salchichas para la cena… ¡y hoy toca baño! Solo de contarlo (tú de leerlo) ya agota, ¿verdad? Pero es una realidad que sucede en muchos hogares españoles y que viven muchas madres… (¿dónde está la dichosa conciliación?)
¿Cómo llegar a todo esto sin que te falte la respiración? La protagonista de Mamá al galope ha encontrado la solución; una medida que, aunque al principio ayuda a realizar las gestiones diarias, a la larga se convierte en un impediento para cosas tan sencillas como comer en familia o abrazar a sus retoños.
El libro retrata a la perfección las 24 horas de una madre (súpermadre diría yo) y cómo hace y deshace para llegar a todo. Lo expone de manera cómica, pero a mí personalmente me ha hecho reflexionar sobre si es necesario llevar este ritmo frenético o deberíamos apuntarnos a corrientes como el Slow Live, que invitan a disfrutar un poco más del momento y de las cosas sencillas.
Por todo esto te lo recomiendo, pero también porque será una forma de que tus hijos comprendan un poco por qué cuando llega el momento de la cena tú estás ausente. Solo os diré que después de leerlo hasta el final (no quiero hacer spoiler), mi hija mayor de seis años me dio un abrazo y me susurró al oído: «No quiero que te pase como Mamá al galope». ¡Lo intentaré, pero no prometo nada! Soy puro nervio.