Hoy, nada más poner la radio he recordado que celebramos el Día de la Mujer. Sin pensarlo mucho y medio dormida he ido a felicitar a mi hija, que adora, como todos los niños de 5 años, celebrar lo que sea. Nada más escuchar «felicidades» ha abierto rápidamente los ojos y me ha dicho: «¿por qué?». «Porque hoy es el día de las mujeres, de todas las chicas del mundo… ¡es nuestro día!», he respondido. Sonriendo, me ha soltado esta bomba: «¡¡¡Qué bien!!! Entonces, ¿mañana es el día de los chicos?».
La conversación era inevitable:
– No, mañana no es el día de los chicos. Los chicos no tienen un día especial – le he dicho.
– Solo el día del padre… pobrecitos- ha dicho ella.- Entonces ¿hoy sólo es el de las chicas?
– Sí, eso es.
– El mío, el tuyo… ¿y hasta el el de mi amiga Paula?
– Claro, el de Paula también. Y el de tu profe…
– ¡Paula se va a poner muy contenta! Pero mi amigo Mateo se pondrá muy triste porque no es su día.
Después de pensarlo un rato, anuncia: «Ya sé lo que voy a hacer, mamá, voy a compartir mi día con Mateo y con todos los niños de mi cole. ¿Crees que les gustará eso?».
#BenditaInocendia. Una vez más, me doy cuenta de que el problema somos los adultos, que transmitimos prejuicios y otras tantas tonterías. Porque efectivamente, no hay diferencia entre unos y otros hasta que crecemos y desde luego no somos unos mejores que otros hasta que nos enseñan a pensar que así es. Gran tarea la que tenemos por delante los padres y madres del mundo: que nuestros hijos ni se planteen que unos son mejores que otros. Y toca reflexionar:
¿Realmente estamos haciendo todo lo que podemos? Influye cada comentario, cada apreciación, el mismo lenguaje que empleamos, las extraescolares a las que les apuntamos…
Hace unos días, la misma niña que comparte su día con sus amigos se reía viendo una pareja bailando ballet en la televisión porque «ese chico está bailando un baile de niñas». Qué horror, le ha llegado un mensaje tan hondo que se lo ha creído y, lo peor, no sé de dónde vino porque en casa ni bailamos ni catalogamos los bailes, al menos no conscientemente, pero ahí está. Eso sí es difícil lucharlo… cuando se te escapa dónde está el origen de los prejuicios y los estereotipos.
Como todas las mujeres lo que quiero es que este día desaparezca del calendario y podamos celebrar el día de la igualdad, no solo entre hombres y mujeres y niños y niñas, sino entre personas de distintas razas, distintas clases sociales, diferentes religiones, personas del norte y del sur del mundo… Entristece pensar que, aunque nos gustaría que el cambio sucediera en un abrir y cerrar de ojos, la realidad es otra muy distinta. Queda un camino muy largo.
Por poner otro ejemplo: Mi hijo de dos años se pone feliz las horquillas de su hermana y utiliza su moto de color rosa, acciones ambas que horrorizan a algunos miembros de la familia (y hay de todo: tanto masculinos como femeninos). «No dejes al niño que juegue con esa moto…», me suplican. Y juega con ella. Le animo a hacerlo y le digo que está guapo con sus horquillas. Porque le encanta ir «bapo», como él dice, y eso no es malo porque mucho que sea niño. Ya aprenderá que la moda es distinta para chicos y chicas. De momento, creo que es pronto para eso, como lo es para que elija su propia ropa, por ejemplo.
Sin embargo, esos mismos miembros de la familia aplauden que se tire a lo loco encima de las niñas «porque es un chicazo» y «muy machote». Comentarios aparentemente «inocentes» que personalmente no me hacen ni pizca de gracia. Ni machote ni chicazo. No se hace daño a los demás, por mucho que esté jugando y que sea un bebé no justifica que nos riamos de ese comportamiento. Se lo intento enseñar, pero en otros ámbitos le animan a jugar así, «a lo burro» porque «da gusto ver lo fuerte que es».
No critico tampoco en exceso esos comentarios, quizá debiera hacerlo, pero entiendo que son fruto de otra educación, una educación que intento enseñar a mis hijos que en muchas cosas se equivoca, igual que en otras acierta… Porque los mayores acertamos muchas veces, pero nos equivocamos también otras tantas y eso quiero que quede claro desde bien pequeños. Creo que si entienden eso, sabrán que no hay que dar nada por sentado, que hay que plantearse las cosas de acuerdo a lo que creemos justo. No importa lo pequeños que sean.
No sé si mis hijos cambiarán el mundo, pero espero que no contribuyan a que lo negativo permanezca, a que las cosas sigan la inercia del absurdo. Espero que piensen, juzguen, critiquen, se cuestionen las cosas y cuando tengan una convicción fuerte, luchen por defenderla en el ámbito que quieran. El de su casa me parecerá, como hago yo hoy con ellos, el más importante de todos, porque los grandes cambios comienzan en el seno de la familia, ¿no os parece?
Por eso, para seguir luchando, hoy me vestí con pantalón negro, secundando la llamada que se ha difundido vía redes y whatsapp de recordar a todas las mujeres maltratadas que han perdido la vida a manos de una violencia que, por encima de todo, se salta la igualdad. Nos queda mucho que luchar… Pero empecemos en casa. Si ninguno de nuestros hijos se convierte en un maltratador habremos logrado cambiar el mundo. ¡Hay esperanza, nuestros niñ@s son la esperanza!
A todas las mujeres y a todos los hombres que nos respetáis y nos ayudáis a hacernos respetar… ¡feliz día!
Querida Diana.
Cambiar las cosas no empieza en casa.
Hay casas donde el cambio no tiene posibilidad de empezar por agotamiento, miedo, maltrato, abuso y violencia.
Afirmar que el cambio solo es posible si a efectuarlo tenemos que ser nosotras, las mujeres, equivale a decir que si no hay cambio las responsables somos nosotras las mujeres. Una manera màs de añadir culpas y responsabilidades a nuestros hombros.
El cambio empieza a nivel político y en la calle.
El cambio empieza con la lucha, con las huelgas de hambre, con las tomas de posición a nivel publico. Con los riesgos que eso conlleva.
Es bastante màs que explicar a nuestras hijas y hijos que no pasa nada si se visten de rosa, se ponen horquillas o se apuntan a ballet. Que papà friega los plato igual que mamà.
Lo mejor que podemos hacer como madres es contarle estas historias reales. Contarle que hoy no vamos a felicitarle por ser mujeres, si no que vamos a luchar por ellas y con ellas.
Que hoy vamos a recordar a las mujeres que han perdido la vida y a apoyar a las que están en constante riesgo de perderla en esta lucha.
Enseñarle a no tener miedo a las palabras. A gritarla si hace falta.
Sin eso, y edulcorando la realidad, nunca habrá este cambio que tu deseas empieze en su casa.
Un saludo
Anna
Hola Anna
Lo siento, pero no estoy de acuerdo con casi nada de lo que dices. La responsabilidad creo que empieza en casa y no digo que sea de las mujeres, sino de los adultos. Hombres y mujeres. Si confiamos el cambio a los políticos o a algo tan abstracto como «la calle», entonces seguramente no llegará nunca. Se puede educar de muchas formas y contar las cosas en lenguaje de adultos o gritando, como dices, no me parece que sea necesario. No a ciertas edades. No para contar determinadas realidades.
Gracias por tu aportación.
Saludos