Seguro que son innumerables las veces que habéis dicho o pensado al discutir con vuestra pareja: “ojalá te pusieras en mi lugar, aunque solo fuera por un día”. Pues… Mucho cuidado con lo que deseáis porque se puede cumplir. Y si no, que se lo digan a los protagonistas de la obra “Ponte en mi lugar”, una comedia a la que tuvimos la ocasión de asistir el domingo y que hizo que no parásemos de reír en nuestras butacas. Bueno, ni nosotros, ¡ni el resto del respetable! Y es que, con este argumento, os podréis imaginar la cantidad de situaciones absurdas y cómicas que se presentan a lo largo de los 80 minutos de representación, que se nos hicieron como 5.
Marcelo Casas y Anna Hastings son Alberto y Silvia, un matrimonio a los que se les presentan las clásicas situaciones de vida en pareja que vivimos todos cada día: que si tengo que recoger tus calzoncillos del suelo, que si ya no te arrimas a mí tanto como antes, que si mira las horas a las que llegas… Y es que siempre es importante la empatía, pero lo es más aún cuando se convive con alguien. Pero eso de empatizar y ponerse en la situación del otro, es más psicológico que físico. Aunque, en “Ponte en mi lugar” la cosa es al contrario. Un buen día Silvia amanece dormida en el sillón de su casa, despatarrada, vestida con la equipación del Sevilla y con la mesa baja llena de latas de cerveza vacías. De repente, hace sus clásicos movimientos del desperece: bosteza, se estira, se rasca la axila, pero cuando se va a rascar en otra zona, su cara pasa a ser un poema porque se da cuenta que algo va mal. Y crees que es aquí cuando empieza lo bueno. Pero ¡no! Lo mejor empieza cuando Alberto sale ataviado con un camisón de raso y encaje del dormitorio, con esos pelos en el pecho… Es entonces cuando la pareja se mira y comprende todo lo que acaba de suceder. “Bueno… Tranquilidad… Es domingo y hemos pronunciado en nuestro deseo ‘solo por un día’”, afirma la pareja. Pero, claro, la cosa no puede quedar ahí y se complica cuando aparece su mejor amigo (José Luis Carrillo) para presentarles a su nueva novia (Zaloa Zamarreño) que, casualmente, es la trabajadora social que valorará su capacitación para adoptar un niño. Como veis, situación compleja donde las haya. Es decir, las risas están servidas.
Las situaciones cómicas se suceden a cada momento. Cuando Alberto (que en realidad es Silvia) le dice a Silvia que se maquille un poco para la cena con sus amigos porque tiene mala cara y ésta se presenta hecha un adefesio. Pues eso, imaginaros que os maquilla vuestra pareja… Seguro que pareceríais más un payaso que una mujer con un maquillaje favorecedor y que no se perciba. Lo mismo sucede con Alberto (que en realidad es Silvia), quien tiende a andar de forma amanerada y a comportarse con su mejor amigo como una mujer, hablando de sentimientos profundos, en lugar de las trivialidades -aunque sea un cliché- propias de los hombres hablando de mujeres.
Pero las situaciones cómicas no solo se ciñen a las dificultades que surgen cuando un hombre tiene que comportarse como una mujer y viceversa. Sino que, como la pareja formada por Alberto y Silvia está atravesando una crisis en la que suelen discutir por todo y no se aguantan, aprovechan la nueva “situación” para darse cera el uno al otro. Por ejemplo, Alberto (que es Silvia), le cuenta a su mejor amigo, en un momento de complicidad, que no le funciona bien el tema… Por su parte, a Silvia (que es Alberto) se le van en varias ocasiones las manos hacia la nueva novia de su mejor amigo, cuando ésta trata de actuar con la complicidad que hay entre mujeres. Y estos son solo dos ejemplos de las situaciones tan cómicas que se viven en esta desternillante obra.
Pero todo esto no sería posible sin las dotes interpretativas de los protagonistas de la obra. Todos ellos son unos magníficos intérpretes, pero nos tenemos que quitar el sombrero con la actuación de Marcelo Casas y Anna Hastings. Cómo se meten en el cuerpo de una mujer y un hombre respectivamente. Cómo exageran esos movimientos y propician unas situaciones tan cómicas, tan solo con un gesto de su cara. Llegan a tener una complicidad con el público brutal, hasta el punto que interactúan con diferentes personas en varias ocasiones, que resultan más cómicas aún si cabe. Tanta soltura tienen en escena, que hubo un par de momentos en los que la situación se les fue de las manos literalmente y se permitieron improvisar un poco. Y la improvisación en escena solo se la pueden permitir los grandes actores.
En resumen, como reza el cartel, no nos extraña que esta comedia haya cosechado grandes éxitos en ciudades representantes de la cultura como París porque es un humor del que ahora mismo hace falta: sano, accesible a cualquier edad (tened en cuenta que la obra es recomendable a partir de 15 años), del que no te hace pensar, esa risa fácil que hace que te duelan las comisuras y te distrae de cualquier preocupación durante esa hora y veinte. Lo dicho, un humor sano muy, muy necesario.
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Excelente obra para pasar un rato inolvidable.
La trama te llevará en una noria de emociones. Nos reímos mucho y nos metimos en la piel de los personajes. Al final uno quisiera seguir disfrutando de unos actores excepcionales.