Hay un momento en esto de la maternidad en el que una casi no recuerda cómo era antes de ser madre, hay una etapa en la que olvidas mirarte al espejo y, cuando lo haces, te espanta ver cuánto ha cambiado tu piel, tu pelo, tu cuerpo (¡ay, el cuerpo!)… pero sobre todo, ha cambiado tu mirada. De repente tienes frente a ti en ese espejo una mirada desconocida y con la que no llegas a identificarte. ¿Qué ha pasado? Es más profunda, está sufriendo, está gozando la nueva etapa… A veces cuesta identificar cómo te sientes porque es una mezcla compleja de todos estos ingredientes, ¿verdad? De repente, siendo madre, vives más hacia dentro, pensando en los tuyos, sintiendo a los suyos aunque no estés con ellos. Si lo habéis sentido, seguro que me entendéis. Sin embargo, aunque toda esta transformación es fascinante, es en la misma medida dura y compleja y una corre el riesgo de perderse por el camino porque en toda esta transformación una piensa… ¿dónde quedó mi yo de antes?