Lo confieso: soy una de esas madres que gritan con frecuencia. Raro es el día que no levanto la voz a aquellos con los que convivo, especialmente a mis hijos, con quienes más tiempo paso. Vamos, que son unos afortunados, les doy lo mejor de mí (modo ironía on). No estoy orgullosa, pero ocurre y me cuesta mucho, mucho, mucho evitarlo. Parece ser que es un comportamiento normal incluso entre los animales, pero eso no me consuela… De hecho es la faceta que menos me gusta de mí como madre. En fin, confesado queda.