Debe ser rarísimo nacer, haber estado desnudito acariciado por el cálido líquido amniótico y, de repente, notar el frío, tejidos duros y gomas prietas en cintura, brazos y piernas… Esto era algo que me obsesionaba cuando tuve a mi primera peque. Que los tejidos fueran suaves, cálidos, a poder ser tanto como la piel de mamá sobre la que siempre quería estar. Continue reading