Llego por los pelos al tren. Cuando digo por los pelos, es por los pelos. De hecho, hace un minuto que cerraron el acceso, pero la chica de la entrada, con cara de pocos amigos pero con buen corazón, que lo sé yo, me deja pasar. Y cuando por fin me acomodo en el tren (en un asiento que no es el mío, porque si hubiera intentado ir hasta mi coche me habrían cerrado las puertas ante mis ojos) pienso que, eso de subirse al tren de la slow life no va a ser tan sencillo como me gustaría.
Hace unos días leía un post de mi amiga Gosia en su blog Les Petits Fondants (lectura más que recomendada; no es fácil leer cosas bien escritas e inteligentes) en el que planteaba sus propósitos de 2016 o, como ella dice, sus 7 pecados capitales para este año. Todos ellos dando una mayor importancia a la vida tranquila, a los pequeños placeres, a saborearlos a cada segundo.
Reconozco que cuando la leía me proponía firmemente hacer lo mismo. Suena tan bien eso de disfrutar de la comida, de la bebida, de los viajes… Porque, me repetía, el tener hijos no debe ser una excusa, aunque las mamás (y los papás) muchas veces pequemos de ponerles a ellos como pretexto para tantas cosas.
Está claro que la forma de disfrutar de las cosas no es la misma con los niños. Lo sabemos desde el momento en que nacen (en el caso de las madres, desde el mismo embarazo). Se acabó el silencio y la música de adultos durante una tarde entera, por ejemplo, pero llegaron otros placeres aún más intensos, como las miradas y los juegos. ¿No es disfrutar de esos segundos, en realidad, la esencia de la slow life? Entonces, ¿porqué dejarla aparcada hasta que los niños crezcan?
No sé si a vosotros también os ocurre, pero mi gran problema para disfrutar de cada segundo con mis hijos es precisamente el tiempo. O más bien la falta de él. Si no disfruto con sus despertares (una de las grandes maravillas del mundo y por lo que deseo cada lunes que vuelva el fin de semana) es porque se nos echa el tiempo encima para vestirnos, desayunar e irnos al cole. Si no disfruto de (todas) las comidas con ellos y sus conversaciones es porque tengo demasiadas cosas pendientes de terminar en el ordenador o porque una llamada asalta la comida familiar. Siempre hay otras cosas que hacer que ni mucho menos son mejores, pero sí más urgentes. Como dice mi hija: “Mami, siempre tienes que hacer cosas, cosas y más cosas” mientras mueve su manita como si esas cosas no tuvieran fin. A veces esa es la sensación, la ausencia de final.
Sin embargo, a pesar de todo, este año, como Gosia, yo también me sumo a la slow life que ya venía reclamando wikimums desde hace años (ese proyecto maravilloso que finalizaba hace un año). Va a ser difícil, va a ser casi imposible a veces, pero este año me propongo disfrutar de cada momento, sobre todo con mis hijos, pero también sola, en pareja y con amigos. Porque la vida no son solo ellos, aunque la copen casi por completo y la llenen de alegría hasta desbordarla casi siempre.
Y mientras pienso esto, me doy cuenta de que no puedo controlar el tiempo, que pasará más veloz de lo que puedo imaginar (y seguiré perdiendo trenes o llegando por los pelos) pero seguiré disfrutando de los detalles, como he hecho también esta mañana cuando veía amanecer de camino a la estación y el cielo se coloreaba de los pantones del año. Este año va a ser diferente. Este año le ganaré tiempo al tiempo y, cuando me lo gane él, sonreiré y disfrutaré del paisaje. Este año no voy a dejarme llevar ni a renunciar a cada segundo de magia. Me lo debo a mí misma.
Pero vamos a lo práctico: ¿cómo conseguirlo? Algunas ideas que se me ocurren:
- Aparcar el teléfono. Dejarlo en otra habitación cerrado bajo llave. Igual que el cole tiene un horario, también lo tendré yo y, conmigo, mis peques.
- Elegir bien mis batallas. No pienso discutir por menudencias. Solo me tomaré a pecho lo que implique una enseñanza vital para mis hijos, como comer sano, ser buena persona o ser feliz.
- La hora de acostarse es sagrada. Sabemos que si esta no se respeta, el despertar será duro y todo irá mal cuando empiece el día. Mejor no arriesgar.
- Los juegos no se interrumpen. Tampoco los cuentos ni las historias. Ni siquiera las que inventamos sobre la marcha. Si lo hacemos, que sea porque llega otro entretenimiento mejor.
- Los hijos son importantes, sí, pero también lo somos los adultos. Cada uno tiene que tener su tiempo: para hablar niño-padre, entre niños o entre adultos. Igual que cada uno podrá elegir un plan para todos cuando le toque. Que los niños no siempre hagan lo que decimos los mayores… ¡ni al contrario! Si en casa todos contamos, que también sea así a la hora de elegir qué hacer juntos.
¿Alguna idea más para disfrutar de un ritmo de vida un poquito slow?