Por Alejandro Garrido, cofundador de Carné de Padres
“El propósito de la educación es liberar al estudiante de la tiranía del presente”
Cicerón
Probablemente, este y sus variantes sea uno de los mensajes más repetidos y comunes con respecto a la educación. Sin embargo, no habla de lo que muchas veces entendemos como educación, es decir, no habla del aprendizaje de contenidos como el que se da en el colegio, sino de algo más básico y esencial que vamos a intentar desentrañar.
¿Qué es eso de la tiranía del presente? Cicerón se refiere con esto a dos cosas esenciales: el control de los propios impulsos y la capacidad de moverse por metas a largo plazo.
El control de los propios impulsos
Cuando nace, el niño es un mecanismo muy simple que solo sabe hacer dos o tres cosas: llorar, comer, dormir y excretar. No tiene absolutamente ningún proceso propio para regularse, y en los primeros meses depende por completo de los que le rodean para controlar su propia conducta: conseguir saciarse, estar limpio, dormirse… podríamos decir que el niño pequeño vive en un presente continuo, donde lo único que existe es la apetencia del momento. Vale la pena que nos paremos un momento a considerar esto, ya que a los adultos esta noción nos resulta completamente ajena: somos casi incapaces de imaginar el mundo sin los miles de matices que introducen nuestros recuerdos, expectativas, objetivos, prejuicios, aprendizajes, etc. Para el niño, nada de esto existe, y todo lo que existe en el mundo es el hambre, o el sueño o el gustito de que te acunen. Eso es la totalidad del mundo.
Fijémonos entonces en la enormidad del cambio que tiene que sufrir un bebé en su proceso de maduración y aprendizaje: tiene que pasar de la “tiranía” de la que habla Cicerón a la “democracia”, a la pluralidad de opciones e influencias. Es decir, pasa de un mundo en el que solo hay una cosa a un mundo en el que hay muchas, y además contradictorias entre sí (me apetece ir allí pero estoy atrapado en una cuna, quiero comer aquello pero no me lo dan o no llego…).
Cuando el niño empieza a explorar, el mundo empieza a hacerse más complicado. ¿Por qué? Porque ahora tiene más autonomía, y por tanto más opciones de acción. Antes solo podía quejarse si estaba mal y callar o dormirse si estaba a gusto, ahora puede desplazarse y coger cosas por él mismo, con lo que no depende de que otros le solucionen la papeleta. Bueno, en realidad todavía sí depende, pero poco a poco está aprendiendo a no hacerlo.
¿Qué tiene todo esto que ver con el control de los impulsos? Mucho: solo cuando el niño es capaz de pasar a la acción comienza a ser capaz de regularse.
No se controlan los impulsos sino la conducta
Realmente no podemos decir que controlemos nuestros impulsos. Nadie puede. Lo que controlamos en verdad es nuestro comportamiento, es decir, si sucumbimos o no a esos impulsos, si actuamos en base a ellos o no. Pero el hecho de que te venga un impulso de hacer algo, de comer tortitas o de darle dos voces a alguien, eso no se elige: solo se gestiona.
Por lo tanto, el autocontrol solo empieza a ser posible con la acción, es decir, a medida que el niño va teniendo más capacidades para comportarse (gatear, andar, hablar, manipular objetos…), irá teniendo más opciones para regularse a sí mismo, pero no antes.
¿Por qué decimos que esto complica las cosas? Porque ahora depende cada vez más de él el que obtenga los resultados que busca, y no tanto de los demás: si quiere un juguete, tiene que acercarse a él, gateando o andando, luego extender el brazo, asirlo con los dedos, todo contando con que no esté en un lugar fuera de alcance. Es decir, empiezan a influir muchas cosas, cuando antes todo se resumía en lloro=me alimentan/me dan cosas/me limpian.
Entonces, la acción abre la posibilidad para el autocontrol, es decir, para poder demorar o no caer en lo que nos piden los impulsos. Si yo solo tengo el mecanismo de llorar para librarme de cosas malas, entonces lo usaré, sí o sí. Cuando tengo más opciones, amplío mis capacidades.
El primer gran hito del niño en el autocontrol es el control de esfínteres. Sobre los dos años, le empezamos a pedir lo impensable: que cuando siente una necesidad fisiológica urgente (para él siempre lo es), no le haga caso, tiene que esperar, tiene que ir a otro sitio, tiene que hacer otra cosa. ¿Nos damos cuenta de lo que le pedimos? Parece casi imposible, pero poco a poco va adquiriendo la capacidad de retrasar la satisfacción de un impulso tan primario. ¿Cómo? Haciendo cosas: distrayéndose, andando de determinada forma, avisando, apretando los músculos…
Después de este vienen muchos retos más: hay que ser amable, no pegar, no coger lo que no es nuestro, acostarse a cierta hora, no comer ciertas cosas, y un larguísimo etcétera. Todo lo que vendrá se cimenta en la manera en la que el niño maneje sus apetencias del momento y consiga hacer otra cosa.
(continuará…)
Por Alejandro Garrido, cofundador de Carné de Padres
Interesantisimo!! muchas gracias