Cuando este otoño fuimos al Escorial, a bordo del Tren de Felipe II, recomendable al cien por cien –os lo contamos en este artículo-, vimos la publicidad del Tren de la Navidad. En ella, las niñas vieron que los Reyes Magos eran los protagonistas de este recorrido y que se trataba de un viaje en un Tren antiguo y con encanto y me preguntaron si en navidades podíamos ir.
Pues bien, ayer estuvimos en el Tren de la Navidad. La noche del día 25, mis peques estuvieron escribiendo sus cartas para entregárselas a los emisarios Reales en persona, que estarían al día siguiente en este viaje mágico.
La magia comenzó cuando llegamos por la mañana a la estación de Príncipe Pío, en Madrid, de donde partía el Tren. Las niñas estaban ansiosas, deseando subir a bordo porque sabían que les esperaban multitud de sorpresas y un viaje directo, nada más y nada menos que… ¡a Oriente!
Una vez allí, se acomodaron con su amiga en el vagón, pegadas a la ventanilla para no perderse nada en el recorrido hacia el hogar de los Reyes Magos, siempre con la carta en la mano.
La primera sorpresa nos la dio un mensajero Real directamente enviado por Su Majestad el Rey Baltasar, que llevaba el mismo turbante que él. Iba llamando a los más peques por sus nombres y repartía chuches a todos. Esta visita ya anunciaba el comienzo de un viaje lleno de emociones.
El viaje es muy chulo. Llega un momento en el que dejas de ver por la ventana, como por arte de magia, las carreteras y las viviendas y el paisaje se llena de árboles. Además, el día estaba nublado y con neblina, con lo que era especialmente invernal y hacía que el entorno fuera aún más mágico si cabe, todo ello aderezado con el viaje a bordo de un tren de otro siglo. Imaginaros. Los niños iban buscando animales, atentos y pegados a las ventanillas, cuando, de repente, uno de ellos gritó ‘¡he visto un ciervo!’; entonces Carmen dijo ‘y yo un conejo’ y Pilar me aseguró haber visto a un ‘bambi’, ¿será verdad que este Tren tiene algo de mágico?
Cuando llegamos a Oriente, el Tren se detuvo de repente y estuvo unos instantes parado para después emprender el regreso. Fue aquí cuando nos percatamos que a bordo viajaban unos personajes muy especiales: uno de los pajes Reales, en persona y el duende de la Navidad, acompañados por una niña muy traviesa, llamada Paula, que no encontraba su carta. Estos personajes querían decorar el vagón para darle un toque mucho más navideño, con dulces, piñatas, espumillón… Además, el paje Real recogió las cartas con los deseos de los niños para llevárselas a los Reyes Magos.
Y como en cualquier recorrido en tren que se precie, no faltó la presencia del revisor, el más clásico que casaba a la perfección con el salto al pasado que dimos al subirnos al Tren. Me reí muchísimo cuando uno de los niños que viajaba con nosotras le preguntó si su nombre era Alsa, el nombre de la empresa de los trenes, que el revisor llevaba bordado en su gorra y uniforme.
Cuando llegamos a Príncipe Pío y nos bajamos del Tren, volvimos de golpe y porrazo al siglo XXI y dejamos en él no solo el siglo pasado sino ese halo de magia que rodeó todo el viaje… Una lástima. Habrá que esperar a la noche del día 5 de enero para que vuelva esa magia. Por cierto que ese día, en el Tren de la Navidad viajarán Melchor, Gaspar y Baltasar ¡en persona! Todo un privilegio. Lo dicho, un viaje mágico, sin salir de Madrid… o de Oriente 😉 Puedes comprar tus pasajes online aquí.