Lo confieso: soy una de esas madres que gritan con frecuencia. Raro es el día que no levanto la voz a aquellos con los que convivo, especialmente a mis hijos, con quienes más tiempo paso. Vamos, que son unos afortunados, les doy lo mejor de mí (modo ironía on). No estoy orgullosa, pero ocurre y me cuesta mucho, mucho, mucho evitarlo. Parece ser que es un comportamiento normal incluso entre los animales, pero eso no me consuela… De hecho es la faceta que menos me gusta de mí como madre. En fin, confesado queda.
Desde que tengo niños, me obsesiona pensar que lo que ven, lo asimilan. Creo firmemente que así es. Hace unos días leía en el último libro de Raúl Bermejo (@Thinksforkids), Ser Maestro, una frase de la Madre Teresa de Calcuta que decía algo así como: «No te preocupes por que tus hijos no te escuchen, ellos observan todo el rato». Me quedé pensando en lo que aprenden de mí, en lo que me ven hacer y me doy cuenta de que es inevitable que acaben siendo, al menos un poco, como yo. O al menos comportándose como lo hago yo.Esa misma noche, como cerrando un círculo perfecto, mi hija se negaba a irse a dormir. «Escribía» en un cuadernillo nuevo que le regaló su abuela sin parar y me decía: «no puedo irme a dormir, tengo mucho que hacer». Le expliqué que los niños también necesitan su beauty sleep para estar bien al día siguiente y entonces me dijo: «mamá, no lo puedo evitar, quiero ser como tú y trabajar todas las noches como tu haces». No sabría decir si el corazón se me rompió al imaginarla trabajando a deshoras o se me deshizo de amor por querer imitarme…
Sí, mis horarios para conciliar suelen recurrir a horas nocturnas, no es un secreto, lo que no sabía es que mi hija lo admiraba. Pobre mía, ¡con el sueño que yo paso! Pero es parte de la conciliación y de la tarea de emprender. No me queda más remedio si quiero pasar las tardes con ellos. Y lo hago feliz. Con sueño, pero contenta.
Pero entonces hice un recorrido mental para priorizar los comportamientos que no me importa que mis hijos asimilen: el de trabajar por las noches no me preocupa -el cansancio, un horario decente y ojalá un buen sueldo les salvarán de las horas extra con nocturnidad y si no, no habrá más remedio-, pero de todos los demás el que de verdad quiero erradicar de mi familia son los gritos.
Entonces me planté: ¿quiero que mis hijos griten a mis nietos? Radicalmente no. Y sé que eso podría convertirse en el futuro en un problema entre nosotros porque no me quedaría callada, también lo sé. Así que voy a adelantarme con todas mis fuerzas a la situación si aun estoy a tiempo.
No puedo evitar enfadarme, agobiarme… pero sí puedo evitar la reacción del grito. O al menos eso espero. Así que, con ayuda de mi hija mayor hemos trazado un plan en el que lo más importante es la prevención. Ella lo sugirió y no puedo estar más de acuerdo.
Para empezar es necesario individualizar los momentos peligrosos. En mi caso son estos:
Pero puedo simplificar aún más. En mi caso los gritos se desencadenan solo si se juntan dos circunstancias: 1. yo estoy nerviosa (motivos varios antes mencionados) y 2. los niños no cooperan. Es una conclusión genial porque las dos partes podemos poner colaborar para remediarlo.
Ahora bien, ¿Cómo controlar esos nervios, esas ganas de soltar la tensión por la boca? Si no lo impide una buena afonía, seguro que os cuesta mucho mucho mucho remediarlo. Yo estoy intentando entregarme a la práctica zen a través de estas vías:
Pero claro, una vez que yo me entrego a mis prisas y mis nervios, no es fácil darme cuenta de que estoy en esa fase y la escalada es casi inevitable. Lo mismo les pasa a ellos, no se dan cuenta de que no pueden jugar en ese momento, se lo están pasando demasiado bien. Por eso, hemos puesto en práctica una táctica de «toma de conciencia» diseñada por mi hija. Así de sencillo:
«Mamá, cuando tu empieces a ponerte nerviosa, yo voy a hacerte así», me dijo. Y entonces empezó mover en el aire el dedo índice de un lado a otro. Sin decir «no» con la boca, pero sí con sus gestos. Al movimiento de mano le acompañaba un mini baile de lo más simpático con el que es imposible no sonreír y cambiar el chip. «Cuando yo haga esto, mami, tu guardas tu enfado en un bote y lo dejas bien tapado, ¿vale?». Me pareció una buena solución… ¿funcionará? De momento no va mal.
Del mismo modo yo le propuse un compromiso por su parte: «Cuando yo te esté pidiendo algo y no me hagas caso, como quitarte el pijama o lavarte los dientes, te cogeré así (me puse a su altura sujetándole las dos manos para que me mirase a los ojos) y te diré: «cariño, por fa-vor». Cuando lo hice, aprovechó para darme un abrazo. No puede ser más dulce.
Como veis, nuestra solución es harto sencilla. No sé si funcionará, pero tengo muchas esperanzas. De momento llevamos tres tardes tranquilas y tres caritas sonrientes cada uno 😉
¡Qué difícil es ser madre! Y qué bonito que podamos ayudarnos para convivir mejor…
Nota: Me diréis que es un tontería de post, que no os servirá para nada, que no habéis encontrado vuestra solución… entonces, y si has llegado hasta aquí, no me cabe duda de que llegó el momento también para vosotr@s: diseñad vuestra estrategia, implicad a los niños, que os vean intentar cambiar ya es una lección maravillosa… ¡y que asimilen su parte! Como mínimo os llevaréis un abrazo. Solo con eso, a mí ya me ha compensado.
Nota 2: léase «padre» donde escribimos «madre». Los consejos son intercambiables y no exclusivos del sexo femenino 😉
¡Feliz fin de semana sin gritos!